viernes, 11 de marzo de 2016

Los castillos en la Guerra de las Comunidades
Rafael Moreno García
8 de marzo de 2016

Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor”.
Con este texto extraído de un pasquín que se colgaba en las iglesias en 1520 y que expresa el descontento popular con el nuevo rey y su Corte, comienza la conferencia de esta semana de Rafael Moreno García, dedicada al papel protagonista que jugaron los castillos en la Guerra de las Comunidades.
Las causas de este enfrentamiento fueron muy complejas. En un primer momento, fue un levantamiento contra la figura del rey y su política en manos de extranjeros. Posteriormente, fue evolucionando poco a poco, hasta convertirse en un movimiento antiseñorial, una lucha entre poderes. Fue una guerra muy compleja e interesante, muestra de ello es que, aún hoy en día, sigue suscitando un enconado debate, ya que puede ser analizada desde diferentes puntos de vista.
Las ciudades y, con ellas, los castillos, fueron los grandes protagonistas de este movimiento. En un primer momento, la llama prendió en Toledo y Segovia, para extenderse luego por Burgos (que luego cambió de bando), Valladolid, Salamanca, Palencia, etc.
Pendón de los comuneros de Castilla
Sin embargo, a pesar de que el foco principal prendió en la Meseta Central, hubo conatos en otros muchos lugares: Murcia, Sevilla, Jaén, Osuna, Logroño, etc. Paralelamente, hubo otros dos conflictos en la Península: las Germanías en el Reino de Valencia (1520-1522), y la invasión francesa de Navarra (Inicios de 1521).
Pero volviendo a las comunidades, la primera Junta comunera tuvo su sede inicial en Ávila, para trasladarse después a Tordesillas, cerca de la reina Juana a la que quisieron utilizar como figura que legitimara su causa. Tras la pérdida de esta plaza (3-XII-1520), la Junta se trasladó a Valladolid donde estaría hasta la derrota de Villalar (23-IV-1521).
Tras esta batalla, la resistencia comunera continuó en Toledo durante casi un año más, hasta 1522, encabezada por la esposa de Padilla, María Pacheco, “la leona de Castilla”, dama de noble cuna hija de Iñigo López de Mendoza, I Marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla.
Los cabecillas comuneros eran hidalgos, miembros de la pequeña nobleza que se erigieron como la cabeza visible del descontento popular. En general, los comuneros no contaron en sus filas con miembros de la gran nobleza si exceptuamos a Pedro Girón (grande de España) y a la mencionada María Pacheco.
El líder más destacado fue Juan Padilla, capitán de la milicia de Toledo; junto con Juan Bravo, hijo del alcaide de Atienza y capitán de la milicia de Segovia y Francisco Maldonado, quien comandó junto a su primo Pedro la milicia salmantina.
"Ejecución de los comuneros de Castilla" de Antonio Gisbert
Otros cabecillas fueron el obispo de Zamora, Antonio de Acuña, quien poseía una personalidad llena de matices y muy controvertida; María Pacheco, quien como hemos anticipado mantuvo la llama comunera en Toledo durante más de seis meses; y Pedro Girón, Grande de España y Capitán General del ejército comunero, cargo que ejerció hasta la pérdida de Tordesillas, (cuando le sustituyó Juan Padilla), tras la cual desapareció de la escena política.
Por otra parte, los personajes que hicieron frente a los comuneros fueron nombrados por el rey Carlos I. En un principio, sólo estaba Adriano de Utrech (futuro papa Adriano VI). Posteriormente, fueron nombrados gobernadores también Íñigo Fernández de Velasco, Condestable de Castilla; Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla; y Antonio de Zúñiga, prior de Castilla de la Orden de San Juan.
Debido al papel protagonista que tomaron los castillos en esta contienda, erigiéndose como el escenario principal donde se desarrollaron las continuas luchas, no es de extrañar que se haya formulado durante mucho tiempo la pregunta de si fue esta guerra la primera moderna o la última medieval. En el ámbito político, la respuesta es complicada ya que existen muchas interpretaciones.
Sin embargo, desde el prisma bélico-militar de los castillos, si bien la respuesta también obedece a multitud de puntos de vista, lo cierto es que se puede afirmar que fue la primera guerra en la que se emplearon técnicas modernas para expugnar viejos escenarios medievales que no estaban preparados para resistir estos asedios. De lo que no cabe ninguna duda, es de que fue la última guerra “de castillos”, ya que en los conflictos posteriores, estos edificios se erigieron como protagonistas aislados de los hechos, pero en ningún momento ya como objetivo “masivo” en las operaciones.
Aún desconocemos el protagonismo que muchos castillos tuvieron, por lo que no enumeraremos todos los que participaron. Cabe señalar que, tras la guerra, muchos de los siguientes castillos fueron reconstruidos, si bien su morfología cambió añadiéndoseles defensas artilleras.
Los primeros desórdenes comuneros se iniciaron en Toledo en mayo de 1520, expulsando al corregidor del alcázar y haciéndose con el control de la ciudad. Posteriormente, pasaron a Segovia, donde el 30 de mayo estallaron revueltas callejeras en las que murieron el corregidor y dos alguaciles.
El juez Ronquillo acudió a poner orden con un ejército, pero no consiguió entrar en la ciudad ya que fue derrotado en Zamarramala. Los realistas se encerraron en la catedral vieja y en el alcázar, dando comienzo así a un largo asedio de cinco meses tras el cual, los comuneros lograron entrar en la catedral después de destruir sus muros. Desde entonces, el templo fue utilizado por éstos como bastión desde el cual asediar el alcázar durante seis meses más, hasta la pérdida en la batalla de Villalar en abril de 1521.
El informe de un canónigo nos relata cual era el estado de la catedral vieja al finalizar la guerra:
“[...] aportillada por muchas partes, destechada y desolada, disipada y destruyda. Y los altares derrocados y profanados, los crucifixos e ymagenes de Nuestra Señora y de otros santos descaveçados, braços y piernas hechos pedaços. Los órganos grandes y los otros dos pares que estavan sobre el coro, quebrados y agujereados de escopetadas y otros tiros. Las sillas del coro trastornadas y evertidas de sus lugares, y muchas dellas quemadas, y otras quebradas puestas por defensas y albarradas. Y hecho dentro y alrededor cavas, fosados, minas y contraminas, y por quitar las losas y laudes de la yglesia para hazer varreras y defensas, los huesos de los finados sacados y desenterrados, y hechas otras cosas semejantes. Las rejas de las capillas de la yglesia quytadas y puestas en las puertas y postigos cabe el Alcáçar para más los fortificar, quemada la casa del ospital y la del ospitalero, que estavan junto a la yglesia, donde se albergavan y acogían los pobres y hijos de Dios. Quemado y destruydo el refectorio... derrocada toda la librería o lo que della estava hecho de nuevo en sillería y cantería.
Aún así, no parece que el estado de destrucción fuera tan grave como para no poder reconstruirla, pero la experiencia había demostrado que tener un edificio de esta entidad junto a la mayor fortaleza de la ciudad era un auténtico peligro para la misma, por lo que se decidió destruir la catedral del todo y construir una nueva en un lugar alejado del alcázar.
La catedral nueva conserva muchos recuerdos de la catedral vieja, pero sin duda, el más sobresaliente es el magnífico claustro construido por Juan Guas a finales del siglo XV y que, en 1524, fue desmontado, trasladado y vuelto a montar en su nuevo emplazamiento.
El siguiente escenario, el 21 de agosto de 1520, fue Medina del Campo, a donde se dirigió el ejército realista al mando de Ronquillo y Fonseca a recoger la artillería existente en el castillo de La Mota. Pero se encontraron con una inesperada resistencia comunera formada por los habitantes de Medina, que defendían el castillo impidiendo la entrada de los imperiales.
En respuesta, éstos mandaron quemar sus casas para que acudieran a sofocar el fuego, pero los medinenses siguieron defendiendo el castillo hasta la llegada de Padilla el 24 de agosto, que provocó la huida de Ronquillo y Fonseca. Este incendio se convirtió en un símbolo de la resistencia contra los imperiales y ganó causas a favor del movimiento comunero. La carta del Concejo de Segovia al de Medina fechada el 17 de agosto de 1520 narra así este episodio:
“Los mercaderes de esta ciudad que están allá en la feria nos han escrito que estáis en duda si daréis o no la artillería. No la daréis. Porque muy injusto sería que Segovia envíe sus paños para enriquecer las ferias de Medina y Medina envíe su munición y artillería para destruir los muros de Segovia; y de la destrucción de Segovia ved qué puede ganar Medina. Porque vuestras ferias no se hacen de caballeros tiranos, sino de mercaderes solícitos”.
Otro episodio bélico tuvo lugar el 14 de septiembre en la localidad de Villamuriel de Cerrato. Los palentinos se alzaron contra el señorío episcopal, que detentaba entonces el obispo Don Pedro Ruiz de la Mota, y marcharon a Villamuriel, localidad cerna a Palencia donde éste tenía su palacio-fortaleza junto a la iglesia de Santa María la Mayor. Allí, quemaron el palacio, derribaron la torre y talaron el soto (que también era propiedad episcopal). Además, depusieron a los regidores que había nombrado el obispo y designaron unos ellos mismos.
El llamado Arcediano del Alcor, Alonso Fernández de Madrid, contemporáneo de los hechos, nos relata este episodio en su conocida obra “Silva Palentina”:
Hicieron así mesmo [los comuneros de Palencia] otra novedad, que como el obispo siempre hace los regidores en principios de marzo, y según habemos dicho duran por un año, agora el pueblo en agosto quitó los regidores puestos por el obispo, y hizo otros por su propia autoridad, los quales gobernaron todo el tiempo que duraron las alteraciones. Así mesmo, juntándose un día todo el pueblo a campaña tañida, inducidos por algunos hombres revoltosos y amigos de escándalo, fueron con mano armada a Villamuriel, que es la casa y fortaleza del obispo, donde había muy buenos aposentamientos, y la quemaron toda, derribaron la mayor parte de la torre, y esto fue a 15 de setiembre de 520; después talaron y destrozaron la mayor parte del soto del obispo.”
Otro episodio, según Cooper el más grande, fue el de Alaejos, acaecido en diciembre de 1520. Los comuneros de Medina asaltaron este pueblo, que pertenecía al arzobispo Fonseca, saqueándolo y causando grandes estragos en la población. Sin embargo, el castillo estaba bien pertrechado y defendido por el alcaide realista Gonzalo de Vela, por lo que pudo resistir un asedio de cuatro meses, tras los cuales los comuneros tuvieron que retirarse sin haber podido tomarlo. Ahora es una ruina arqueológica.
Otro episodio fue la pérdida de Tordesillas el 3 de diciembre de 1520 por Pedro Girón, lo que provocó que dejase el mando de las tropas comuneras. Tordesillas había quedado desguarnecida por el ejército comunero, que se había ido a tomar Villalpando, señorío del Condestable Íñigo Fernández de Velasco, que se rindió sin ofrecer resistencia, si bien el castillo fue incendiado (se reconstruyó tras la guerra). Este momento, fue aprovechado por los imperiales y, al anochecer, Tordesillas fue tomada y sometida al saqueo. Con ello, los comuneros perdieron un símbolo. Sandoval ha dejado testimonio del saqueo que sufrió la ciudad:
“Y los soldados entendieron en saquear el lugar sin herir ni matar a nadie, porque así les fue mandado. Robaron casas, iglesias y monasterios, que no perdonaron cosa hasta las estacas de las paredes. Que fue castigo merecido de los de la villa, que por guardar sus haciendas no pelearon como debían, que no les quedó en que dormir”.
La toma del castillo de Fuentes de Valdepero fue el 7 de enero de 1521. La fortaleza estaba defendida por Andrés de Ribera, señor de Fuentes, junto con su suegro el Dr. Nicolás Tello (miembro del Consejo Real de Carlos I), los cuales ofrecieron una resistencia heroica contra las tropas de Pedro de Acuña. El pueblo estaba dividido entre combatientes de uno y otro bando. Finalmente, ganaron los comuneros y se firmó una capitulación, en virtud de la cual, el pueblo no podía ser sometido al saqueo. Pero Acuña no la cumplió y realizó uno de los saqueos más grandes de la guerra, llevándose presos a ambos personajes, robando todo lo que contenía tanto el castillo como el pueblo. Tras la guerra, el castillo fue reconstruido en gran parte.
El presbítero Maldonado (1485-1554) contemporáneo de los hechos nos ha dejado el siguiente relato:
“Entre tanto tuvo Acuña el encargo de difundir el terror por las villas de los nobles, y sacar dinero y soldados. Primeramente llegó con una pequeña columna a Palencia, ciudad amiga, [...] No había llevado consigo más que 200 infantes y poquísimos caballos, y sin embargo aterraba a todos los pueblos del partido contrario, les sacaba por fuerza dinero, y daba gran prestigio a los amigos. Hay en la villa de Fuentes cerca de Palencia, un castillo rodeado de largos muros de piedra de sillería, y perfectamente pertrechado, en que estaba entonces oculto con su esposa e hijos Tello, uno de los consejeros reales, seguro, según se creía, de cualquier repentino asalto; mas esto hubiera sido bueno no siendo Acuña el enemigo. Al amanecer acometió dicho castillo, y no dejó de combatirlo, hallándose él mismo entre los primeros insultando junto a las puertas, ya con la tea, ya con el hacha, hasta que arrancados los quiciales e incendiadas las puertas lo tomó. Ató a Tello con sus satélites y familia, y los mandó a Valladolid a la Junta; repartió entre los soldados la presa que se creyó de gran cuantía.”
Castillo de Fuentes de Valdepero
El siguiente episodio fue en Trigueros del Valle, el 9 de enero de 1521, el mes en que más castillos se tomaron. Los vecinos, junto con Acuña, asaltaron y tomaron el castillo en apenas unas horas. Una vez finalizada la revuelta, fueron obligados a reponer todos los daños ocasionados. La barrera fue rehecha adaptándose ya al uso de la artillería.
El siguiente enclave de la lucha fue el castillo de Chinchón, propiedad de los Cabrera, por lo que estaba del lado del poder real. Fue asediado durante cuatro meses y al final tuvo que capitular el 21 de enero. El asedio lo dirigió un vecino de Chinchón, Alonso López, y el castillo fue defendido por el alcaide Francisco Díaz, quien llamó a su señor, pero éste no apareció, por lo que finalmente tuvo que rendirlo. En las capitulaciones se hizo un inventario con las piezas de artillería con las que, posteriormente, se asedio el alcázar de Segovia.
Otro de los castillos de los Cabrera fue el de Villavicosa de Odón, que también sufrió los estragos de la guerra. No se conocen muchos datos, pero se sabe que fue sometido a un largo asedio dirigido por los capitanes Diego de Heredia y Antonio de Mesa y que, finalmente, capituló (1521). Parece ser que sufrió muchos destrozos, pero no tantos como para ser demolido. El actual es una reconstrucción muy posterior.
Fuera de Madrid, el 10 de enero de 1521, Acuña y su ejército comunero, tras haber tomado Trigueros el día anterior, se dirigieron a Castromocho, donde se encontraba la condesa de Benavente, quién le entregó la población sin ofrecer resistencia pues, a pesar de contar con un sólido castillo para su defensa, estaba pobremente guarnecido. Hoy en día no quedan restos del mismo.
Cerca de allí, el 15 de enero de ese mismo año, en la localidad palentina de Ampudia (perteneciente al comunero conde de Salvatierra) los vecinos increparon desde las murallas a las tropas realistas que estaban al mando de Frances de Beaumont y de Pedro Zapata. Éstos, ante la ofensa, decidieron asaltar el pueblo, que les fue entregado por los ampudianos, junto con el castillo, poco tiempo después.
Castillo de Ampudia
Sin embargo, este suceso llegó a oídos de Padilla, quien salió esa misma noche desde Valladolid con un numeroso ejército y artillería, uniéndose con Acuña en Trigueros. El 17 de enero estaban ya en el castillo de Ampudia y comenzaron su asedio. Ante esto, Frances de Beaumont dejó una guarnición en el mismo y huyó a Torremormojón, que previamente había tomado Zapata.
Ante esto, Padilla y su ejército decidieron perseguirle y asediar también el castillo de esta localidad. Entonces, Beaumont y Zapata decidieron repetir el plan: dejaron otra guarnición en Torremormojón y huyeron de nuevo, esta vez a Torrelobatón. Esa misma noche, los comuneros rindieron el castillo de Torremormojón y regresaron a Ampudia, donde continuaban los combates en el castillo. Tras cuatro días, los defensores finalmente capitularon y firmaron un pacto con Padilla, en virtud del cual les permitía salir con sus armas y caballos.
Padilla, victorioso, quiso llegar a Medina de Rioseco, cuartel general del Almirante de Castilla, pero la Junta se negó y no le envió pólvora, por lo que al final tuvo que abortar el plan. Más tarde, el 7 de febrero, fue asediado y destruido el castillo de Cigales, para evitar que cayera en manos realistas. Posteriormente, también fueron tomados los castillos de Fuensaldaña, Mucientes y Castromonte.
Sin embargo, la mayor conquista comunera en la guerra fue Torrelobatón. Era propiedad del Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, por lo que Padilla quería vengarse tomándolo. De modo que el 21 de febrero salieron de madrugada 7.000 infantes, 500 caballos y toda la artillería desde Zaratán hacia Torrelobatón, cuyo castillo defendía García Osorio.
Saquearon la ciudad y, tras ocho días, el castillo cayó en manos comuneras. Así nos lo relata el cronista Sandoval:
“Y el sábado adelante [...], le enviaron al pie de 3.000 infantes y 400 caballos con los de los Gelves que habían quedado en la villa [...] Luego el domingo siguiente les dieron tan recia batería con cuatro tiros que se decían San Francisco, la serpentina, la culebrina y un cañón pedrero, sin otros muchos pasavolantes y otros tiros. Y en el domingo, lunes y martes los batieron sin cesar. Y este martes en la tarde les dieron un duro combate, donde murieron de ambas partes y hubo muchos heridos, que no asomaba el hombre por la muralla, cuando luego era enclavado, por ser tantos los arcabuceros y ballesteros que en el real había.
Pero los de dentro no se dormían, defendiéndose varonilmente; más como eran pocos, que no pasaban de 400 soldados y alguna gente de a caballo, no bastaban a defenderse, y el trabajo continuo y no dormir, y falta de bastimentos, los tenía muy fatigados [...] El saco se hizo con la mayor crueldad del mundo. Mataban sin piedad los pobres labradores porque no les daban sus haciendas, robaron los templos, desnudando las imágenes, abrían las sepulturas, pensando hallar en ellas el dinero escondido; rompían las cubas de vino”.
 Sin embargo, tras la victoria, Padilla no supo aprovechar el éxito y se quedó en Torrelobatón. Esta inactividad fue aprovechada por los imperiales quienes, al mando del Condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco, marcharon hacia el municipio. Padilla reaccionó tarde ante este movimiento y decidió apresuradamente retirarse a Toro antes de que llegaran.
Hay una carta dirigida al marqués de los Vélez, fechada en Valladolid el 28 de abril de 1521, que nos narra la expedición punitiva emprendida por el Condestable para ir a Torrelobatón en persecución de Padilla:
“El Condestable salió de Burgos en 8 de este mes [abril, 1521] con ejército de cuatro mil infantes de nación Navarra y Vizcaya y Guipúzcoa y cuatrocientas lanzas y cuatro tiros gruesos y veinte pequeños y pertrecho de escalas y otras cosas necesarias al caso, y vino por la vía de Torquemada donde aunque estaba con Comunidad, no entró porque se reconcilió con dinero. Y pasó a Becerril que es cabeza de todas las behetrías que allí alrededor hay, que está dos leguas de Palencia, a donde se entró por poco trabajo, lo uno por ser el lugar no fuerte, y lo otro que no había gente de guerra dentro sino don Juan de Figueroa hermano del duque de Arcos, que estaba de capitán por toda aquella comarca con Palencia en nombre de la Junta, el cual se había ido acaso aquella noche antes de Palencia con hasta ochenta lanzas a negociar no sé que cosas. Fue preso con el otro capitán de hombres de armas que se llama don Juan de Luna y los escuderos, despojados hasta de la camisa, y el lugar saqueado y hecha justicia de algunos causantes del negocio de Comunidad. Y hecho lo de allí de la manera que digo pasó adelante sin detenerse y fue a poner recaudo en una aldea de esta villa que se llama Peñaflor a media legua de la torre de Lobatón donde estaba Juan de Padilla con el ejército de las Comunidades, que serían hasta seis mil infantes y cuatrocientas lanzas. Allí estuvieron el de un ejército y el otro más de siete u ocho días que hubo entre ellos, cosa que se diga y a cabo de estos días Juan de Padilla acordó de arrancar de allí porque le parecía que tenía harta para campear, o porque no tenía el necesario bastimiento para comer dentro. En conclusión que derrocada la fortaleza de Torre y el adarve de la villa y quemado lo demás, él salió para ir la vía de Tordesillas, para ir aquella noche a dormir a un lugar que se llama Villalar”.
Desgraciadamente, su partida no fue sigilosa y los realistas lo persiguieron. El mal tiempo, la falta de caballería y la división del ejército comunero propiciaron su captura en Villalar el 23 de abril. A los comuneros no les dio tiempo a maniobrar y fue una masacre que se saldó con la muerte de los famosos tres cabecillas: Padilla, Bravo y Maldonado el 24 de abril de 1521. Sandoval relata así la batalla:
“Hasta cerca de Villalar los comuneros marcharon con orden; en los caballeros hubo diversos pareceres sobre darles la batalla, que los más eran en que bastaba hacerlos huir y perder crédito; que er cordura no arriscar negocio tan importante a la ventura de una batalla. Que la infantería de los comuneros era mucha y parecía bien, y la que el condestable había traído era poca y cansada y quedaba rezagada. Pero el marqués de Astorga y el conde de Alba y don Diego de Toledo, prior de San Juan, insistieron en que se rompiese. Así los fueron esperando, y como eran tantos los caballos y encubertados, y la gente de Padilla mal regida y de poco ánimo, y los capitanes no muy diestros, y el lodo a la rodilla, que a los tristes peones no dejaba bien caminar, viéndose acometidos por tantas partes y con tanto denuedo, comenzó a desmayar la gente común [...] De esta manera siguieron su camino hacia Villalar, y los caballeros tras ellos procurando de los cansar, y como estuviesen ya cerca los unos de los otros, los caballeros comenzaron a disparar la artillería y daban en ellos a montón, de manera que cada tiro caían siete u ocho.
Luego comenzó a desmayar la gente común, y por ir adelante a meterse en el lugar caían unos sobre otros, sin que los capitanes los pudiesen poner en orden. Y sobrevínoles una agua grande que les daba de cara, y la infantería no podía dar paso atrás ni adelante, empantanados de los muchos lodos; ni se aprovecharon de la artillería por el mal tiempo, y porque los artilleros no fueron fieles; y el artillero mayor, que se llamaba Saldaña, natural de Toledo, que sabía poco de este oficio, huyó lo que pudo, y dejó la artillería metida en unos barbechos. [...] Finalmente los caballeros se apoderaron de ella, y algunos hombres de armas de los de Padilla se pasaron a ellos. Y los soldados rompían las cruces coloradas que traían y se las ponían blancas que eran la señal de los leales. De esta manera, en breve tiempo fueron desbaratados y vencidos”.
Monolito en honor a los comuneros e Iglesia de San Juan Bautista
El castillo de Villalonso, sirvió como refugio para los comuneros que huían de Villalar. Su señor, Juan de Ulloa, luchó contra Carlos I y, por ello, fue condenado a muerte. Finalmente, pudo conmutar la pena pagando una elevada suma de dinero.
Tras Villalar, Toledo resistió al mando de María Pacheco, “la leona de Castilla”. Su enemigo fue el Prior de la Orden de San Juan, el cual asedia el alcázar donde estaba encerrada María. La artillería de Yepes (importante plaza fuerte comunera atacada y devastada varias veces por las tropas imperiales) fue trasladada para defender el alcázar toledano.
El 23 de abril, en Mora de Toledo, el Prior de la Orden de San Juan incendió la iglesia donde estaban escondidos los comuneros morachos, causando un grave revés al bando comunero. Por ello, en venganza por estos sucesos de Mora, Acuña salió de Toledo saqueando Villaseca y Villaluenga. Allí, Don Juan de Silva, recién nombrado Capitán General del Reino de Toledo, se encerró en el castillo, que fue fuertemente combatido por los comuneros sin que finalmente llegaran a tomarlo. 
Finalmente, Simancas, uno de los principales bastiones leal a los imperiales durante toda la contienda, fue la última prisión de Acuña, el obispo que marcó el final de la lucha comunera. En conclusión, a pesar de todo lo descrito, queda pendiente por escribir la historia de los castillos en la Guerra de las Comunidades, ya que desconocemos más de lo que sabemos, en muchos casos solo tenemos un dato, un nombre o una fecha sin que, por el momento, podamos profundizar más en los pormenores de este gran episodio bélico.

Sara Aparicio Ruiz

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