sábado, 26 de marzo de 2016

Castillos y defensas: la evolución poliorcética en tiempos de Carlos V

José Javier de Castro Fernández

15 de marzo de 2016

A pesar de ser este el último día del curso, son muchos de nuestros fieles participantes los que acuden a esta última charla. A su función de tesorero de la asociación, José Javier de Castro une la de su pasión por los castillos. Editor de numerosas publicaciones, será hoy el encargado de darle el perfecto final al curso iniciado en febrero.

Y como su nombre apunta, José Javier será el encargado de mostrarnos las evoluciones que los castillos adoptan durante este siglo para su defensa. La primera de las revoluciones en las fortalezas, tanto de nueva construcción como las que se van a reformar desde este momento, es la aparición de los castillos artilleros. Las evoluciones en materia armamentística obligan a la integración de cañones, tanto en su versión más pequeña de calibre como en su mayor versión. Si bien habrá castillos, como el de Medina del Campo, que mantengan la torre del homenaje, esta se adaptará para que desde ellos se pueda emplear la artillería de nuevo cuño. Aparecen, como vimos previamente, las troneras para la defensa de los cubos (y posteriormente de los baluartes). Los tipos más extendidos son los modelos de orbe y cruz, muy utilizado durante la época de los RR.CC. a pesar de que debiliten enormemente el muro, y el modelo de gran cañonera, que empleaba el sistema de buzón, en el que él derrame es el revés de la saetera, es decir, ensanchándose hacia afuera. Así, desde este momento proliferan las troneras en los cubos


Castillo de Berlanga de Duero donde se aprecia la torre del homenaje interior

La guerra franco-española va a demostrar cómo estas troneras frontales no sirven para repeler un ataque bien organizado. Los franceses toman el castillo de Pamplona de manera fácil. Es por ello que en esa época surgen las troneras y cañoneras de dos aperturas con el objetivo de ampliar el ángulo de defensa.



Castillo de Berlanga de Duero. Detalle de un cubo con troneras de redientes

Es en esta misma época cuando las almenas comienzan a desaparecer. El ejemplo más claro de ello es el que pudimos apreciar en el castillo de Torrelobatón durante la salida que hicimos, en que estas dejan paso a un parapeto  en el que abren pequeñas aperturas para situar la artillería.
La poca utilidad de las troneras frontales conduce a la aparición de dos nuevos modelos: la colocación de un espuntón para evitar esos ángulos muertos o la enorme proliferación de troneras.


Castillo de las Navas de Marqués donde se aprecia la proliferación de troneras

A pesar de estos modelos, que tendrán únicamente aceptación en alguna zona de Inglaterra, la solución más extendida será la primera. Y lógicamente, si nos encontrábamos en guerra contra los franceses, el primero de los sitios en aparecer será en Pamplona, donde las nuevas construcciones se acercaban ya casi al cubo pentagonal.
Y el siguiente paso lógico será transformar los cubos en baluartes. El gran desarrollo de la moderna artillería no permitía ya, prácticamente, la construcción de fortificaciones tal y como se conocían. Durante la época de Carlos V, los enfrentamientos contra los franceses por el dominio de Italia fueron casi constantes. Es por ello por lo que aparecen en esta zona, donde la fortificación militar tenía mayor desarrollo teórico. El más bello ejemplo de transición será el de Barletta. El foso rodea cuatro grandes baluartes que mantienen las cañoneras en sus caras (particularidad española). Tiene también cañoneras en los flancos, que aportan mayor potencia de fuego y que sirven también para defender su gran puente. El cordón está situado a la altura del glacis, para evitar que la artillería enemiga golpee hacia debajo de este.


Castillo de Barletta

Los señores feudales italianos van a buscar adoptar estas innovaciones en sus residencias. Uno de los más bellos ejemplos es de Copertino, con doble línea de cordón (principalmente decorativa) y la ausencia de orejones


Planta de la fortificación de Copertino, Italia

El baluarte se va a extender, y a la postre, dará lugar a la creación de las fortalezas abaluartadas. Las troneras van a desaparecer de las caras, ahorrándose las bóvedas de los baluartes. Este será el nacimiento de los orejones, para evitar que el enemigo emboscase fácilmente los flancos abiertos. En España, el mejor castillo para ver las distintas evoluciones es el de Sabiote. En este podemos apreciar tres baluartes distintos. El primero de ellos posee cañoneras en el baluarte. A medida que lo construyen, construyen un orejón. Otro de sus tres baluartes ya no tiene cañoneras en las caras por esa adaptación a los nuevos avances. Por último, el tercer baluarte está dotado de unas grandes cañoneras en los flancos y de un revellín en la puerta de ingreso, inutilizando todas las cañoneras.


Vista de la puerta de acceso al castillo de Sabiote

Multitud de fortificaciones adoptan desde ese momento el baluarte como forma de defensa. Desde Italia hasta España, las posesiones de la Corona española evolucionan para hacer frente a sus amenazas. Aparecen las casamatas, que se hacen abiertas como en el castillo de Ibiza, así como el flanco abierto o retraído. Pero no será hasta época de Felipe II cuando aparezca un elemento novedoso. La distancia de construcción de los baluartes obedecía a la distancia aproximada a la que un cañón podía disparar. En tiempos de Felipe II se reducirá la cortina, estableciendo la distancia de esta por el disparo de un mosquete.

Ese será el origen de las fortificaciones de tijeras y tenazas, que son, junto con las portadas del acceso de las fortificaciones, lo último que veremos en este curso. Y será el ingeniero español, Pedro Luis Escrivá, el encargado del desarrollo de estos modelos. Viendo que el modelo abaluartado ha perdido su eficacia, Escrivá decide colocar una tijera para que las cañoneras aguanten. Al ser esta fortificación del agrado de Carlos I, son varios fuertes los que van a emplearla: San Telmo de Nápoles, Bujía, Colibre y Perpignan. El objetivo de la tijera era la defensa del lienzo más expuesto. Sólo funcionaba si el enemigo atacaba de frente esa zona.


Castillo de Perpignan

La tijera fue poco a poco demostrando su fragilidad, por lo que los distintos ingenieros decidieron pasar al sistema de fortificación de las tenazas. Así, construirán dos semibaluartes, reduciendo el tamaño de la cortina de ataque, y con cañoneras defensivas en los laterales. El mejor ejemplo de este modelo es la fortaleza de La Goleta, en la que dos baluartes defienden el acceso, donde previamente se habían situado un punzón central. Esta modificación del sistema original se realiza ya en época de Carlos I, volviendo con su hijo Felipe II al sistema triangular de nuevo.


Fuerte de San Telmo de Malta

Y por último, vimos algunas de las impresionantes portabas que adornaban los accesos a estas fortalezas. En Copertini, L’Aquila, el propio San Telmo de Nápoles se erigen algunas de estas portadas. Artísticamente impecables, en muchas ocasiones son un contrapunto a la sobriedad arquitectónica de estas fortalezas, construidas como auténticos mazacotes defensivos.


Castillo de L’Aquila, puerta de acceso




Alejandro Floristán García

viernes, 18 de marzo de 2016

Tordesillas, Simancas y Torrelobatón: Tierra de Comuneros
Práctica dirigida por Miguel Ángel Bru
Sábado 12 de marzo de 2016

La primera parada de nuestro viaje es la villa de Tordesillas, punto de visita obligado si queremos conocer de primera mano la historia de los comuneros y de la reina cautiva que allí vivió durante cuarenta y seis años, doña Juana, la Loca. Y es que, esta población ha sido escenario de grandes episodios de nuestra historia.
Uno de los más importantes, lo constituye la firma del Tratado de Tordesillas en 1594, en virtud del cual se creaba una línea meridional a 370 leguas de Cabo Verde, dividiendo así el Océano Atlántico de polo a polo entre los castellanos y los portugueses, tras los primeros descubrimientos del Nuevo Mundo.
Casa del Tratado
Hoy en día, el Museo del Tratado de Tordesillas es el testimonio que nos ha llegado de este hecho, ya que se ubica precisamente en la conocida como Casa del Tratado, lugar donde se llevó a cabo la firma de dicho documento. El objetivo de esta institución es poder transmitir al visitante, a grosso modo, los aspectos políticos, sociales, económicos y geográficos que se vivían en ese momento, para poder situarle lo mejor posible en ese contexto histórico y, así, comprender las circunstancias que propiciaron la creación de este Tratado. Para ello, la visita se ha dividido en tres partes lógicas, que han denominado “El Mundo antes del Tratado”, “El Mundo del Tratado” y el “Mundo después del Tratado”.
En la misma calle, se halla el templo de San Antolín, uno de los más importantes de la villa, hoy en día constituido como museo de arte sacro, que recopila y expone las mejores obras de este arte provenientes de las distintas iglesias de Tordesillas, para que puedan ser disfrutadas por los visitantes.
Exterior de la iglesia de San Antolín
Otro punto importante, lo constituye la Plaza Mayor, eje central de Tordesillas, ya que se sitúa en la intersección de las calles del antiguo cardo (N-S) y decumano (E-O), las cuales desembocan, precisamente, en las puertas de entrada al pueblo. Su construcción se comenzó en época de los Reyes Católicos, si bien el grueso de la obra fue realizada a finales del siglo XVI y principios del XVII.
Cerca de la plaza, hacia el norte, se encuentra la Iglesia de Santa María, el templo más grande de la población, cuyo campanario cuadrangular constituye el punto más alto de la villa, siendo la famosa torre que, junto a la de las iglesias de San Antolín y San Juan Bautista, siempre atisbamos según nos acercamos desde la carretera, y que otorgan el perfil característico por el identificamos a Tordesillas.
Por último, debido al pasado militar de la población, quedan unos pocos reductos en pie de lo que fue la antigua muralla que cercaba el perímetro del asentamiento. Uno de esos vestigios es la conocida como Torre de Sila, que evoca al pasado romano de la villa y que incluso, hay quien ha visto en este nombre el topónimo que bautizaría al pueblo como Tordesillas. Sin embargo, la torre pertenece claramente a época medieval, como demuestra su estructura formada por sogas de ladrillo que encuadran cajetones de piedra del lugar. Junto a ella, se eleva un portillo con un vano de arco apuntado, hoy cegado, pero que posiblemente era una puerta de acceso a la villa.
Torre de Sila
Y allí, desde la propia estación de Tordesillas, volvimos a coger el autobús esta vez en dirección a Simancas. A pesar de la muy dudosa rehabilitación realizada en su acceso, el castillo se nos va a mostrar imponente. Ya en el siglo XV, la familia de los Enríquez, por aquel entonces almirantes de Castilla, poseían la titularidad del señorío de aquellas tierras. Fueron ellos los encargados de la realización de dicha fortaleza. De esta época, el más bello ejemplo conservado es el de la capilla. Hasta época de Reyes Católicos, el castillo seguiría perteneciendo a la familia. Serán estos monarcas los que decidan comprar la fortaleza y convertirla en prisión del recién nacido Estado.
A pesar de que no tuviese un papel destacado en la guerra de las Comunidades, se convirtió en cárcel de uno de los más importantes capitanes comuneros: don Antonio de Acuña, obispo de Zamora. Hecho preso tras la derrota de Villalar (1521), su condición de prelado le salvó de una muerte anunciada, siendo trasladado a unos de los cubos del castillo, el cual recibe actualmente el nombre de Torre del Obispo. En su intento de fuga de esta fortaleza, el obispo mató al alcaide, motivo por el cual sería finalmente ajusticiado a garrote vil por el nuevo alcaide.
Castillo de Simancas. Archivo General 
Acabado el episodio de las Comunidades, el castillo será transformado en archivo por Carlos V. Su mayor impulso lo recibirá durante la época de su hijo Felipe II, transformándose en el Archivo General del Reino. Hasta su cierre en 1844, albergará un total de 35 millones de documentos, convirtiéndose así en uno de los mayores del mundo en cuanto a cantidad de materiales se refiere. Están expuestos durante el recorrido algunos de estos documentos, que son muestra de la excepcional importancia que tiene el archivo para comprender la historia moderna de nuestra nación.
Habiendo sido una mañana agotadora, nos dirigimos hacia el restaurante, no sin antes visitar fugazmente la iglesia de El Salvador, situada en el centro de la villa de Simancas. Las crónicas nos hablan de cómo durante la revuelta de las Comunidades el templo se incendió, conservándose únicamente en la actualidad la torre campanario del siglo XII. El resto del edificio, rehecho en un gótico tardío con influencias renacentistas, data del siglo XVI. De ahí ya partimos hacia el restaurante, del que no voy a contárles su magnífico menú por si están leyendo esto antes de comer o cenar. Valladolid, y Castilla en general, no es sólo una maravilla en la historia, sino también en su gastronomía.
Iglesia de El Salvador 
Repuestas las fuerzas, y posiblemente algo somnolientos, volvimos a coger el autobús hacia Torrelobatón. Ya desde la lontananza se puede apreciar la enorme mole que da nombre al pueblo. La construcción de esta fortaleza data del siglo XIII. También perteneciente a la familia de los Enríquez, esta familia dotó al castillo del aspecto que actualmente tiene a mediados del siglo XV. Se pueden apreciar los escudos de la familia en las esquinas de la torre del homenaje. Será construido con la intención de vigilar el valle de la Hornija.
Castillo de Torrelobatón. Centro de Interpretación del Movimiento Comunero
Este castillo se construirá en su práctica totalidad a mediados del siglo XV. Su diseño corresponde al de la escuela de Valladolid. Medina del Campo, Peñafiel, Fuensaldaña y éste responden a un mismo modelo constructivo: una enorme torre del homenaje encuadrada en una estructura amurallada cuadrada con cubos de menor tamaño en las otras tres esquinas. En la torre del homenaje aún se pueden apreciar los cimientos de la torre original, sobre los que se levantó la actual.
Y es que este castillo jugó un papel importantísimo en la guerra de las Comunidades. En febrero de 1521, los comuneros se dirigieron hacia Torrelobatón con la intención de asediar el castillo y tomarlo. Los almirantes de Castilla, que se habían situado en el bando de Carlos V, iban a sufrir una importante pérdida. Tras 8 días de asedio, la fortaleza cayó en manos comuneras, cuyo último reducto será la torre del homenaje. Los daños causados por este asedio no se repararán hasta 1535. En la actualidad, debido a su buen estado de conservación, es el Centro de Interpretación del Movimiento Comunero.
Por último, el viaje terminó con la sorpresa de la visita al pueblo vallisoletano de San Cebrián de Mazote, situado a tan sólo 40 km. de la capital, donde se encuentra la iglesia homónima, considerada una de las mayores joyas de la arquitectura mozárabe, así como de las mejores conservadas, a pesar de los añadidos y reconstrucciones posteriores.
Exterior de la iglesia de San Cebrián de Mazote 
Construida en el siglo X, es una de las dos iglesias, junto con San Miguel de la Escalada, fundada por monjes mozárabes. Posee una interesante planta basilical con ábsides contrapuestos (a los pies y en la cabecera, siendo éste, además, tripartito), dividida en tres tramos mediante unos arcos de herradura sustentados sobre unos espléndidos capiteles reaprovechados de construcciones de época visigoda e incluso, romana.
Interior de la iglesia de San Cebrián de Mazote
Llama la atención el sistema de cubierta que posee el templo. En primer lugar, a los pies del mismo, sobre el ábside contrapuesto se encuentra una espectacular bóveda gallonada, reminiscencia de los antiguos templos paleocristianos. Esta tipología de bóveda también se utiliza en la bóveda del ábside central y en las situadas a los dos extremos del transepto.
Las naves están cubiertas por una techumbre de madera perfectamente restaurada, siendo más elevada la del tramo central, en el cual se sitúan unas ventanas que confieren luz al conjunto. En cuanto a los ábsides menores de la cabecera tripartita, poseen cubierta de bóveda de arista. Esta técnica, junto con la gallonada, son consideradas muy innovadora para la época. Por último, el cimborrio sobre el crucero también posee una bóveda gallonada, si bien se trata de una reconstrucción, por lo que no es seguro que ese fuera su aspecto original. Precisamente en este cimborrio, se puede observar una pequeña ventana, que podría haber sido creada con el fin de esconder el tesoro del templo de los saqueos.
Después de la visita a esta espectacular iglesia volvimos a Madrid, cansados pero satisfechos con nuestro viaje a la Tierra de los Comuneros.
Sara Aparicio Ruiz
Alejandro Floristán  García

viernes, 11 de marzo de 2016

Los castillos en la Guerra de las Comunidades
Rafael Moreno García
8 de marzo de 2016

Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor”.
Con este texto extraído de un pasquín que se colgaba en las iglesias en 1520 y que expresa el descontento popular con el nuevo rey y su Corte, comienza la conferencia de esta semana de Rafael Moreno García, dedicada al papel protagonista que jugaron los castillos en la Guerra de las Comunidades.
Las causas de este enfrentamiento fueron muy complejas. En un primer momento, fue un levantamiento contra la figura del rey y su política en manos de extranjeros. Posteriormente, fue evolucionando poco a poco, hasta convertirse en un movimiento antiseñorial, una lucha entre poderes. Fue una guerra muy compleja e interesante, muestra de ello es que, aún hoy en día, sigue suscitando un enconado debate, ya que puede ser analizada desde diferentes puntos de vista.
Las ciudades y, con ellas, los castillos, fueron los grandes protagonistas de este movimiento. En un primer momento, la llama prendió en Toledo y Segovia, para extenderse luego por Burgos (que luego cambió de bando), Valladolid, Salamanca, Palencia, etc.
Pendón de los comuneros de Castilla
Sin embargo, a pesar de que el foco principal prendió en la Meseta Central, hubo conatos en otros muchos lugares: Murcia, Sevilla, Jaén, Osuna, Logroño, etc. Paralelamente, hubo otros dos conflictos en la Península: las Germanías en el Reino de Valencia (1520-1522), y la invasión francesa de Navarra (Inicios de 1521).
Pero volviendo a las comunidades, la primera Junta comunera tuvo su sede inicial en Ávila, para trasladarse después a Tordesillas, cerca de la reina Juana a la que quisieron utilizar como figura que legitimara su causa. Tras la pérdida de esta plaza (3-XII-1520), la Junta se trasladó a Valladolid donde estaría hasta la derrota de Villalar (23-IV-1521).
Tras esta batalla, la resistencia comunera continuó en Toledo durante casi un año más, hasta 1522, encabezada por la esposa de Padilla, María Pacheco, “la leona de Castilla”, dama de noble cuna hija de Iñigo López de Mendoza, I Marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla.
Los cabecillas comuneros eran hidalgos, miembros de la pequeña nobleza que se erigieron como la cabeza visible del descontento popular. En general, los comuneros no contaron en sus filas con miembros de la gran nobleza si exceptuamos a Pedro Girón (grande de España) y a la mencionada María Pacheco.
El líder más destacado fue Juan Padilla, capitán de la milicia de Toledo; junto con Juan Bravo, hijo del alcaide de Atienza y capitán de la milicia de Segovia y Francisco Maldonado, quien comandó junto a su primo Pedro la milicia salmantina.
"Ejecución de los comuneros de Castilla" de Antonio Gisbert
Otros cabecillas fueron el obispo de Zamora, Antonio de Acuña, quien poseía una personalidad llena de matices y muy controvertida; María Pacheco, quien como hemos anticipado mantuvo la llama comunera en Toledo durante más de seis meses; y Pedro Girón, Grande de España y Capitán General del ejército comunero, cargo que ejerció hasta la pérdida de Tordesillas, (cuando le sustituyó Juan Padilla), tras la cual desapareció de la escena política.
Por otra parte, los personajes que hicieron frente a los comuneros fueron nombrados por el rey Carlos I. En un principio, sólo estaba Adriano de Utrech (futuro papa Adriano VI). Posteriormente, fueron nombrados gobernadores también Íñigo Fernández de Velasco, Condestable de Castilla; Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla; y Antonio de Zúñiga, prior de Castilla de la Orden de San Juan.
Debido al papel protagonista que tomaron los castillos en esta contienda, erigiéndose como el escenario principal donde se desarrollaron las continuas luchas, no es de extrañar que se haya formulado durante mucho tiempo la pregunta de si fue esta guerra la primera moderna o la última medieval. En el ámbito político, la respuesta es complicada ya que existen muchas interpretaciones.
Sin embargo, desde el prisma bélico-militar de los castillos, si bien la respuesta también obedece a multitud de puntos de vista, lo cierto es que se puede afirmar que fue la primera guerra en la que se emplearon técnicas modernas para expugnar viejos escenarios medievales que no estaban preparados para resistir estos asedios. De lo que no cabe ninguna duda, es de que fue la última guerra “de castillos”, ya que en los conflictos posteriores, estos edificios se erigieron como protagonistas aislados de los hechos, pero en ningún momento ya como objetivo “masivo” en las operaciones.
Aún desconocemos el protagonismo que muchos castillos tuvieron, por lo que no enumeraremos todos los que participaron. Cabe señalar que, tras la guerra, muchos de los siguientes castillos fueron reconstruidos, si bien su morfología cambió añadiéndoseles defensas artilleras.
Los primeros desórdenes comuneros se iniciaron en Toledo en mayo de 1520, expulsando al corregidor del alcázar y haciéndose con el control de la ciudad. Posteriormente, pasaron a Segovia, donde el 30 de mayo estallaron revueltas callejeras en las que murieron el corregidor y dos alguaciles.
El juez Ronquillo acudió a poner orden con un ejército, pero no consiguió entrar en la ciudad ya que fue derrotado en Zamarramala. Los realistas se encerraron en la catedral vieja y en el alcázar, dando comienzo así a un largo asedio de cinco meses tras el cual, los comuneros lograron entrar en la catedral después de destruir sus muros. Desde entonces, el templo fue utilizado por éstos como bastión desde el cual asediar el alcázar durante seis meses más, hasta la pérdida en la batalla de Villalar en abril de 1521.
El informe de un canónigo nos relata cual era el estado de la catedral vieja al finalizar la guerra:
“[...] aportillada por muchas partes, destechada y desolada, disipada y destruyda. Y los altares derrocados y profanados, los crucifixos e ymagenes de Nuestra Señora y de otros santos descaveçados, braços y piernas hechos pedaços. Los órganos grandes y los otros dos pares que estavan sobre el coro, quebrados y agujereados de escopetadas y otros tiros. Las sillas del coro trastornadas y evertidas de sus lugares, y muchas dellas quemadas, y otras quebradas puestas por defensas y albarradas. Y hecho dentro y alrededor cavas, fosados, minas y contraminas, y por quitar las losas y laudes de la yglesia para hazer varreras y defensas, los huesos de los finados sacados y desenterrados, y hechas otras cosas semejantes. Las rejas de las capillas de la yglesia quytadas y puestas en las puertas y postigos cabe el Alcáçar para más los fortificar, quemada la casa del ospital y la del ospitalero, que estavan junto a la yglesia, donde se albergavan y acogían los pobres y hijos de Dios. Quemado y destruydo el refectorio... derrocada toda la librería o lo que della estava hecho de nuevo en sillería y cantería.
Aún así, no parece que el estado de destrucción fuera tan grave como para no poder reconstruirla, pero la experiencia había demostrado que tener un edificio de esta entidad junto a la mayor fortaleza de la ciudad era un auténtico peligro para la misma, por lo que se decidió destruir la catedral del todo y construir una nueva en un lugar alejado del alcázar.
La catedral nueva conserva muchos recuerdos de la catedral vieja, pero sin duda, el más sobresaliente es el magnífico claustro construido por Juan Guas a finales del siglo XV y que, en 1524, fue desmontado, trasladado y vuelto a montar en su nuevo emplazamiento.
El siguiente escenario, el 21 de agosto de 1520, fue Medina del Campo, a donde se dirigió el ejército realista al mando de Ronquillo y Fonseca a recoger la artillería existente en el castillo de La Mota. Pero se encontraron con una inesperada resistencia comunera formada por los habitantes de Medina, que defendían el castillo impidiendo la entrada de los imperiales.
En respuesta, éstos mandaron quemar sus casas para que acudieran a sofocar el fuego, pero los medinenses siguieron defendiendo el castillo hasta la llegada de Padilla el 24 de agosto, que provocó la huida de Ronquillo y Fonseca. Este incendio se convirtió en un símbolo de la resistencia contra los imperiales y ganó causas a favor del movimiento comunero. La carta del Concejo de Segovia al de Medina fechada el 17 de agosto de 1520 narra así este episodio:
“Los mercaderes de esta ciudad que están allá en la feria nos han escrito que estáis en duda si daréis o no la artillería. No la daréis. Porque muy injusto sería que Segovia envíe sus paños para enriquecer las ferias de Medina y Medina envíe su munición y artillería para destruir los muros de Segovia; y de la destrucción de Segovia ved qué puede ganar Medina. Porque vuestras ferias no se hacen de caballeros tiranos, sino de mercaderes solícitos”.
Otro episodio bélico tuvo lugar el 14 de septiembre en la localidad de Villamuriel de Cerrato. Los palentinos se alzaron contra el señorío episcopal, que detentaba entonces el obispo Don Pedro Ruiz de la Mota, y marcharon a Villamuriel, localidad cerna a Palencia donde éste tenía su palacio-fortaleza junto a la iglesia de Santa María la Mayor. Allí, quemaron el palacio, derribaron la torre y talaron el soto (que también era propiedad episcopal). Además, depusieron a los regidores que había nombrado el obispo y designaron unos ellos mismos.
El llamado Arcediano del Alcor, Alonso Fernández de Madrid, contemporáneo de los hechos, nos relata este episodio en su conocida obra “Silva Palentina”:
Hicieron así mesmo [los comuneros de Palencia] otra novedad, que como el obispo siempre hace los regidores en principios de marzo, y según habemos dicho duran por un año, agora el pueblo en agosto quitó los regidores puestos por el obispo, y hizo otros por su propia autoridad, los quales gobernaron todo el tiempo que duraron las alteraciones. Así mesmo, juntándose un día todo el pueblo a campaña tañida, inducidos por algunos hombres revoltosos y amigos de escándalo, fueron con mano armada a Villamuriel, que es la casa y fortaleza del obispo, donde había muy buenos aposentamientos, y la quemaron toda, derribaron la mayor parte de la torre, y esto fue a 15 de setiembre de 520; después talaron y destrozaron la mayor parte del soto del obispo.”
Otro episodio, según Cooper el más grande, fue el de Alaejos, acaecido en diciembre de 1520. Los comuneros de Medina asaltaron este pueblo, que pertenecía al arzobispo Fonseca, saqueándolo y causando grandes estragos en la población. Sin embargo, el castillo estaba bien pertrechado y defendido por el alcaide realista Gonzalo de Vela, por lo que pudo resistir un asedio de cuatro meses, tras los cuales los comuneros tuvieron que retirarse sin haber podido tomarlo. Ahora es una ruina arqueológica.
Otro episodio fue la pérdida de Tordesillas el 3 de diciembre de 1520 por Pedro Girón, lo que provocó que dejase el mando de las tropas comuneras. Tordesillas había quedado desguarnecida por el ejército comunero, que se había ido a tomar Villalpando, señorío del Condestable Íñigo Fernández de Velasco, que se rindió sin ofrecer resistencia, si bien el castillo fue incendiado (se reconstruyó tras la guerra). Este momento, fue aprovechado por los imperiales y, al anochecer, Tordesillas fue tomada y sometida al saqueo. Con ello, los comuneros perdieron un símbolo. Sandoval ha dejado testimonio del saqueo que sufrió la ciudad:
“Y los soldados entendieron en saquear el lugar sin herir ni matar a nadie, porque así les fue mandado. Robaron casas, iglesias y monasterios, que no perdonaron cosa hasta las estacas de las paredes. Que fue castigo merecido de los de la villa, que por guardar sus haciendas no pelearon como debían, que no les quedó en que dormir”.
La toma del castillo de Fuentes de Valdepero fue el 7 de enero de 1521. La fortaleza estaba defendida por Andrés de Ribera, señor de Fuentes, junto con su suegro el Dr. Nicolás Tello (miembro del Consejo Real de Carlos I), los cuales ofrecieron una resistencia heroica contra las tropas de Pedro de Acuña. El pueblo estaba dividido entre combatientes de uno y otro bando. Finalmente, ganaron los comuneros y se firmó una capitulación, en virtud de la cual, el pueblo no podía ser sometido al saqueo. Pero Acuña no la cumplió y realizó uno de los saqueos más grandes de la guerra, llevándose presos a ambos personajes, robando todo lo que contenía tanto el castillo como el pueblo. Tras la guerra, el castillo fue reconstruido en gran parte.
El presbítero Maldonado (1485-1554) contemporáneo de los hechos nos ha dejado el siguiente relato:
“Entre tanto tuvo Acuña el encargo de difundir el terror por las villas de los nobles, y sacar dinero y soldados. Primeramente llegó con una pequeña columna a Palencia, ciudad amiga, [...] No había llevado consigo más que 200 infantes y poquísimos caballos, y sin embargo aterraba a todos los pueblos del partido contrario, les sacaba por fuerza dinero, y daba gran prestigio a los amigos. Hay en la villa de Fuentes cerca de Palencia, un castillo rodeado de largos muros de piedra de sillería, y perfectamente pertrechado, en que estaba entonces oculto con su esposa e hijos Tello, uno de los consejeros reales, seguro, según se creía, de cualquier repentino asalto; mas esto hubiera sido bueno no siendo Acuña el enemigo. Al amanecer acometió dicho castillo, y no dejó de combatirlo, hallándose él mismo entre los primeros insultando junto a las puertas, ya con la tea, ya con el hacha, hasta que arrancados los quiciales e incendiadas las puertas lo tomó. Ató a Tello con sus satélites y familia, y los mandó a Valladolid a la Junta; repartió entre los soldados la presa que se creyó de gran cuantía.”
Castillo de Fuentes de Valdepero
El siguiente episodio fue en Trigueros del Valle, el 9 de enero de 1521, el mes en que más castillos se tomaron. Los vecinos, junto con Acuña, asaltaron y tomaron el castillo en apenas unas horas. Una vez finalizada la revuelta, fueron obligados a reponer todos los daños ocasionados. La barrera fue rehecha adaptándose ya al uso de la artillería.
El siguiente enclave de la lucha fue el castillo de Chinchón, propiedad de los Cabrera, por lo que estaba del lado del poder real. Fue asediado durante cuatro meses y al final tuvo que capitular el 21 de enero. El asedio lo dirigió un vecino de Chinchón, Alonso López, y el castillo fue defendido por el alcaide Francisco Díaz, quien llamó a su señor, pero éste no apareció, por lo que finalmente tuvo que rendirlo. En las capitulaciones se hizo un inventario con las piezas de artillería con las que, posteriormente, se asedio el alcázar de Segovia.
Otro de los castillos de los Cabrera fue el de Villavicosa de Odón, que también sufrió los estragos de la guerra. No se conocen muchos datos, pero se sabe que fue sometido a un largo asedio dirigido por los capitanes Diego de Heredia y Antonio de Mesa y que, finalmente, capituló (1521). Parece ser que sufrió muchos destrozos, pero no tantos como para ser demolido. El actual es una reconstrucción muy posterior.
Fuera de Madrid, el 10 de enero de 1521, Acuña y su ejército comunero, tras haber tomado Trigueros el día anterior, se dirigieron a Castromocho, donde se encontraba la condesa de Benavente, quién le entregó la población sin ofrecer resistencia pues, a pesar de contar con un sólido castillo para su defensa, estaba pobremente guarnecido. Hoy en día no quedan restos del mismo.
Cerca de allí, el 15 de enero de ese mismo año, en la localidad palentina de Ampudia (perteneciente al comunero conde de Salvatierra) los vecinos increparon desde las murallas a las tropas realistas que estaban al mando de Frances de Beaumont y de Pedro Zapata. Éstos, ante la ofensa, decidieron asaltar el pueblo, que les fue entregado por los ampudianos, junto con el castillo, poco tiempo después.
Castillo de Ampudia
Sin embargo, este suceso llegó a oídos de Padilla, quien salió esa misma noche desde Valladolid con un numeroso ejército y artillería, uniéndose con Acuña en Trigueros. El 17 de enero estaban ya en el castillo de Ampudia y comenzaron su asedio. Ante esto, Frances de Beaumont dejó una guarnición en el mismo y huyó a Torremormojón, que previamente había tomado Zapata.
Ante esto, Padilla y su ejército decidieron perseguirle y asediar también el castillo de esta localidad. Entonces, Beaumont y Zapata decidieron repetir el plan: dejaron otra guarnición en Torremormojón y huyeron de nuevo, esta vez a Torrelobatón. Esa misma noche, los comuneros rindieron el castillo de Torremormojón y regresaron a Ampudia, donde continuaban los combates en el castillo. Tras cuatro días, los defensores finalmente capitularon y firmaron un pacto con Padilla, en virtud del cual les permitía salir con sus armas y caballos.
Padilla, victorioso, quiso llegar a Medina de Rioseco, cuartel general del Almirante de Castilla, pero la Junta se negó y no le envió pólvora, por lo que al final tuvo que abortar el plan. Más tarde, el 7 de febrero, fue asediado y destruido el castillo de Cigales, para evitar que cayera en manos realistas. Posteriormente, también fueron tomados los castillos de Fuensaldaña, Mucientes y Castromonte.
Sin embargo, la mayor conquista comunera en la guerra fue Torrelobatón. Era propiedad del Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, por lo que Padilla quería vengarse tomándolo. De modo que el 21 de febrero salieron de madrugada 7.000 infantes, 500 caballos y toda la artillería desde Zaratán hacia Torrelobatón, cuyo castillo defendía García Osorio.
Saquearon la ciudad y, tras ocho días, el castillo cayó en manos comuneras. Así nos lo relata el cronista Sandoval:
“Y el sábado adelante [...], le enviaron al pie de 3.000 infantes y 400 caballos con los de los Gelves que habían quedado en la villa [...] Luego el domingo siguiente les dieron tan recia batería con cuatro tiros que se decían San Francisco, la serpentina, la culebrina y un cañón pedrero, sin otros muchos pasavolantes y otros tiros. Y en el domingo, lunes y martes los batieron sin cesar. Y este martes en la tarde les dieron un duro combate, donde murieron de ambas partes y hubo muchos heridos, que no asomaba el hombre por la muralla, cuando luego era enclavado, por ser tantos los arcabuceros y ballesteros que en el real había.
Pero los de dentro no se dormían, defendiéndose varonilmente; más como eran pocos, que no pasaban de 400 soldados y alguna gente de a caballo, no bastaban a defenderse, y el trabajo continuo y no dormir, y falta de bastimentos, los tenía muy fatigados [...] El saco se hizo con la mayor crueldad del mundo. Mataban sin piedad los pobres labradores porque no les daban sus haciendas, robaron los templos, desnudando las imágenes, abrían las sepulturas, pensando hallar en ellas el dinero escondido; rompían las cubas de vino”.
 Sin embargo, tras la victoria, Padilla no supo aprovechar el éxito y se quedó en Torrelobatón. Esta inactividad fue aprovechada por los imperiales quienes, al mando del Condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco, marcharon hacia el municipio. Padilla reaccionó tarde ante este movimiento y decidió apresuradamente retirarse a Toro antes de que llegaran.
Hay una carta dirigida al marqués de los Vélez, fechada en Valladolid el 28 de abril de 1521, que nos narra la expedición punitiva emprendida por el Condestable para ir a Torrelobatón en persecución de Padilla:
“El Condestable salió de Burgos en 8 de este mes [abril, 1521] con ejército de cuatro mil infantes de nación Navarra y Vizcaya y Guipúzcoa y cuatrocientas lanzas y cuatro tiros gruesos y veinte pequeños y pertrecho de escalas y otras cosas necesarias al caso, y vino por la vía de Torquemada donde aunque estaba con Comunidad, no entró porque se reconcilió con dinero. Y pasó a Becerril que es cabeza de todas las behetrías que allí alrededor hay, que está dos leguas de Palencia, a donde se entró por poco trabajo, lo uno por ser el lugar no fuerte, y lo otro que no había gente de guerra dentro sino don Juan de Figueroa hermano del duque de Arcos, que estaba de capitán por toda aquella comarca con Palencia en nombre de la Junta, el cual se había ido acaso aquella noche antes de Palencia con hasta ochenta lanzas a negociar no sé que cosas. Fue preso con el otro capitán de hombres de armas que se llama don Juan de Luna y los escuderos, despojados hasta de la camisa, y el lugar saqueado y hecha justicia de algunos causantes del negocio de Comunidad. Y hecho lo de allí de la manera que digo pasó adelante sin detenerse y fue a poner recaudo en una aldea de esta villa que se llama Peñaflor a media legua de la torre de Lobatón donde estaba Juan de Padilla con el ejército de las Comunidades, que serían hasta seis mil infantes y cuatrocientas lanzas. Allí estuvieron el de un ejército y el otro más de siete u ocho días que hubo entre ellos, cosa que se diga y a cabo de estos días Juan de Padilla acordó de arrancar de allí porque le parecía que tenía harta para campear, o porque no tenía el necesario bastimiento para comer dentro. En conclusión que derrocada la fortaleza de Torre y el adarve de la villa y quemado lo demás, él salió para ir la vía de Tordesillas, para ir aquella noche a dormir a un lugar que se llama Villalar”.
Desgraciadamente, su partida no fue sigilosa y los realistas lo persiguieron. El mal tiempo, la falta de caballería y la división del ejército comunero propiciaron su captura en Villalar el 23 de abril. A los comuneros no les dio tiempo a maniobrar y fue una masacre que se saldó con la muerte de los famosos tres cabecillas: Padilla, Bravo y Maldonado el 24 de abril de 1521. Sandoval relata así la batalla:
“Hasta cerca de Villalar los comuneros marcharon con orden; en los caballeros hubo diversos pareceres sobre darles la batalla, que los más eran en que bastaba hacerlos huir y perder crédito; que er cordura no arriscar negocio tan importante a la ventura de una batalla. Que la infantería de los comuneros era mucha y parecía bien, y la que el condestable había traído era poca y cansada y quedaba rezagada. Pero el marqués de Astorga y el conde de Alba y don Diego de Toledo, prior de San Juan, insistieron en que se rompiese. Así los fueron esperando, y como eran tantos los caballos y encubertados, y la gente de Padilla mal regida y de poco ánimo, y los capitanes no muy diestros, y el lodo a la rodilla, que a los tristes peones no dejaba bien caminar, viéndose acometidos por tantas partes y con tanto denuedo, comenzó a desmayar la gente común [...] De esta manera siguieron su camino hacia Villalar, y los caballeros tras ellos procurando de los cansar, y como estuviesen ya cerca los unos de los otros, los caballeros comenzaron a disparar la artillería y daban en ellos a montón, de manera que cada tiro caían siete u ocho.
Luego comenzó a desmayar la gente común, y por ir adelante a meterse en el lugar caían unos sobre otros, sin que los capitanes los pudiesen poner en orden. Y sobrevínoles una agua grande que les daba de cara, y la infantería no podía dar paso atrás ni adelante, empantanados de los muchos lodos; ni se aprovecharon de la artillería por el mal tiempo, y porque los artilleros no fueron fieles; y el artillero mayor, que se llamaba Saldaña, natural de Toledo, que sabía poco de este oficio, huyó lo que pudo, y dejó la artillería metida en unos barbechos. [...] Finalmente los caballeros se apoderaron de ella, y algunos hombres de armas de los de Padilla se pasaron a ellos. Y los soldados rompían las cruces coloradas que traían y se las ponían blancas que eran la señal de los leales. De esta manera, en breve tiempo fueron desbaratados y vencidos”.
Monolito en honor a los comuneros e Iglesia de San Juan Bautista
El castillo de Villalonso, sirvió como refugio para los comuneros que huían de Villalar. Su señor, Juan de Ulloa, luchó contra Carlos I y, por ello, fue condenado a muerte. Finalmente, pudo conmutar la pena pagando una elevada suma de dinero.
Tras Villalar, Toledo resistió al mando de María Pacheco, “la leona de Castilla”. Su enemigo fue el Prior de la Orden de San Juan, el cual asedia el alcázar donde estaba encerrada María. La artillería de Yepes (importante plaza fuerte comunera atacada y devastada varias veces por las tropas imperiales) fue trasladada para defender el alcázar toledano.
El 23 de abril, en Mora de Toledo, el Prior de la Orden de San Juan incendió la iglesia donde estaban escondidos los comuneros morachos, causando un grave revés al bando comunero. Por ello, en venganza por estos sucesos de Mora, Acuña salió de Toledo saqueando Villaseca y Villaluenga. Allí, Don Juan de Silva, recién nombrado Capitán General del Reino de Toledo, se encerró en el castillo, que fue fuertemente combatido por los comuneros sin que finalmente llegaran a tomarlo. 
Finalmente, Simancas, uno de los principales bastiones leal a los imperiales durante toda la contienda, fue la última prisión de Acuña, el obispo que marcó el final de la lucha comunera. En conclusión, a pesar de todo lo descrito, queda pendiente por escribir la historia de los castillos en la Guerra de las Comunidades, ya que desconocemos más de lo que sabemos, en muchos casos solo tenemos un dato, un nombre o una fecha sin que, por el momento, podamos profundizar más en los pormenores de este gran episodio bélico.

Sara Aparicio Ruiz

viernes, 4 de marzo de 2016

Fortificaciones en Canarias y América en el siglo XVI
Por Ignacio Javier Gil Crespo
Martes 1 de marzo de 2016

El tema que nos ocupará esta tarde será el de la necesidad de fortificación del recién descubierto continente americano, así como el de aquellas zonas de paso;y, especialmente, las Islas Canarias. Ya conocidas por fenicios, griegos y romanos, estas islas son descritas por Plinio el Viejo, considerándolas este como el límite de la tierra conocida. Su importancia va a cambiar completamente con el descubrimiento de América por Cristobal Colón. Dichas islas, van a pasar de ser una zona marginal en las que se creía que lo único había era el fin del mundo, a una escala de paso obligado, tanto hacia el nuevo continente descubierto como para circunnavegar África. 

En 1479, por el Tratado de las Alcaçovas, se va a dirimir el destino de estas islas, que a pesar de todos los intentos de conquista de otras potencias, se mantendrán bajo poder español hasta nuestros días. Si bien su conquista se vio pospuesta por los problemas que enfrentaban a Isabel en una contienda civil, en 1485 estas van a ser finalmente ocupadas en su práctica totalidad. La Corona de Castilla va a tomar posesión al menos de las más grandes de ellas (Lanzarote y Fuerteventura). Esto provocará el primero de los enfrentamientos con las distintas potencias europeas que buscan un asentamiento frente a las costas de África. Portugal, que se había expandido por el Atlántico conquistando las Islas Azores, y por el Mediterráneo con la toma de Ceuta, pone de inmediato su mira en ellas. En 1494 ambos países firmarán el Tratado de Tordesillas, en la villa del mismo nombre. Inmediatamente después, el mercenario francés Betancourt tratará de vender la isla de Fuerteventura al rey de Portugal Juan II. Diversas revueltas internas obligan al rey portugués a devolverla a Castilla. Desde ese momento y hasta la actualidad, la posesión de las islas recaerá en la Corona española.


Como ya hemos mencionado en alguna de nuestras entradas, la llegada de material pirobalístico durante esos siglos a Europa, y su expansión por todo el mundo, provocaron un enorme cambio en las formas constructivas de carácter militar. La proliferación de tratados de fortificación durante el siglo XV también provocó la aparición de multitud de innovaciones constructivas para defenderse de estas nuevas armas de fuego. Aparecen por primera vez los baluartes, y con estos los frentes abaluartados, compuestos por cara, flanco, cortina, flanco y cara de nuevo. Uno de los más bellos ejemplos, aunque tardío, será el castillo de San Felipe en Menorca, destruido por Carlos III para evitar que cayese en manos inglesas. Y son estos modelos nuevos los que van a repetirse a los largo de las nuevas posesiones españolas.


La importancia estratégica de las Islas Canarias y los cambios en las fortificaciones, serán clave fundamental para entender las construcciones defensivas tanto de América como del archipiélago canario. Durante aquellos años, las islas se encontraban prácticamente despobladas. La necesidad de mano de obra impulsó a la nobleza provincial a realizar incursiones en el territorio del actual Marruecos para obtener esclavos. Esto conllevó los primeros enfrentamientos entre la nobleza castellana y las distintas tribus africanas. A mediados del siglo XVI comienzan los ataques contra Lanzarote y Fuerteventura con el objetivo de capturar población y devastar las cosechas. La necesidad de resguardar las costas contra piratas como Morato Arráez impulsó la creación de estructuras de defensa, que serían de verdadera utilidad contra los ataques venideros de franceses e ingleses contra estas islas. La principal necesidad se centró en la fortificación de los puertos, para evitar que todo el material obtenido del comercio con el nuevo continente fuese saqueado. Van a aparecer en Lanzarote, Tenerife y Gran Canaria fortificaciones defensivas portuarias, primero de pequeño tamaño, transformandose a lo largo de este siglo en grandes estructuras defensivas. En 1582, Felipe II va a encargar a Torriani la fortificación de estas. Aunque la mayor parte de sus detallados planes no se llevasen a cabo, a raíz de los primeros ataques, se va a dotar al puerto de Las Palmas de muralla, que aunque no rodease por completo esta plaza, si la proporcionaba una mejor defensa. En esos mismos momentos también se va a construir el fuerte de Garachico y el castillo de Santa Bárbara en Lanzarote. Es en este último donde mejor podemos apreciar la evolución de las fortificaciones en las islas: a una primitiva torre de planta cuadrada se la envuelve, añadiéndole cubos exteriores.

 

Y de las Islas Canarias se da el salto directo a América. Holandeses, ingleses y franceses buscan establecerse en América para comerciar con este nuevo continente. El monopolio impuesto por la Corona Española lo impedía, por lo que estos respondieron con continuos ataques sobre las posiciones españolas del Caribe. Desde estos puertos era desde donde salían y entraban todas las mercancías que colonias y metrópoli intercambiaban, así como todos los materiales preciosos que correspondían al quinto real. Van a fortificarse los principales puertos de Puerto Rico y Cuba, así como los del Rio de la Plata y Chile. El sistema de acopio en Veracruz para su posterior traslado a la península, produjo la necesidad de una fortificación escalonada de los puertos, buscando la protección sobre los materiales preciosos que iban desde Chile a Veracruz bordeando las costas americanas. Las zonas de Panamá, Cartagena de Indias y Veracruz estuvieron durante un primer momento fortificadas y mejor defendidas que las de las islas caribeñas. Es por ello, y por su aislamiento, por lo que estas dos islas caribeñas contarán con mayor número de defensas desde un principio. El caso más anecdótico será el de Cuba, en el que se va a crear un maravilloso conjunto de fortificaciones destinadas a la protección del puerto de La Habana. Estas posiciones serían continuamente aumentadas tras la conquista inglesa de Jamaica. Desde ese momento, y para hacer frente también a la piratería, se hizo imperiosa la necesidad de una fuerte defensa. La invasión inglesa de Cuba ratificaría, ya en el siglo XVII, esta necesidad.






Alejandro Floristán García