Remodelaciones renacentistas de los castillos medievales españoles en época
de Carlos V
Juan Ramón Arcos
23 de febrero de 2016
El
siglo XV marca una época de transición entre el mundo medieval y el
Renacimiento. Este cambio queda también plasmado en nuestros castillos, que
pasan de ser fortificaciones militares a palacios fortificados. En un primer
momento, estas renovaciones se realizan siguiendo el estilo del
gótico-isabelino, estilo oficial de la monarquía de los Reyes Católicos y la
Iglesia, si bien, con la llegada de Carlos V, se tiende a un estilo renacentista
y, por tanto, italianizante, de marcada influencia del quatrocento.
En
un primer momento, debido al gran poder y ambición que estaba alcanzando la
nobleza, durante el reinado de los Reyes Católicos, haciendo uso de su poder
absolutista, mandan derribar muchos de los elementos defensivos de sus
castillos, como por ejemplo, las torres de las casas-fuerte residenciales de la
ciudad de Cáceres, cuya altura se manda rebajar. La unidad política, religiosa
y territorial de los Reyes Católicos, culminada con la conquista de Granada,
deriva en una época de cierta tranquilidad y bonanza para la nobleza, sobre todo
con aquellos que apoyan fielmente a la monarquía, a quienes se les entregan
señoríos y títulos nobiliarios a lo largo de todo el territorio.
A
pesar de ello, a finales del siglo XV, por orden real se prohíben construir
nuevos castillos, por lo que sólo se permite realizar remodelaciones en los que
estaban ya levantados. Es decir, quitando la construcción puntual de algunos
castillos, aquellos que denominamos “castillos de nueva construcción” siguiendo
el estilo renacentista en España, se construirán siempre sobre uno anterior
medieval con la excusa de reformarlo (Mula, Canena, Sabiote, etc.).
Estas
reformas actualizaron y modernizaron los castillos a los nuevos tiempos, si
bien los que no las recibieron se volvieron pronto obsoletos y posteriormente
fueron abandonados. Durante el siglo XVI, estos castillos empleados como
residencias nobiliarias van a continuar siendo habitados por la nobleza, si
bien a partir del año 1600 quedan todos prácticamente abandonados, huyendo a
una vida más cómoda en amplios palacios urbanos.
Las
reformas consistían en la adición de dos nuevos tipos de elementos: los ornamentales-palaciegos, acordes con las
modas de los nuevos tiempos; y los defensivos-castrenses,
ya que no había que olvidar la naturaleza del edificio, tal y como se encargó
de recordar la revuelta de los Comuneros y las Germanías, que generaron la nota
de inestabilidad necesaria para que se volviera a dotar de elementos militares
a estos castillos que se estaban convirtiendo progresivamente en palacios.
La
nobleza castellana aprovecha, pues, estos antiguos castillos que simbolizan
todo su poder y se constituyen como auténticos hitos de dominio territorial. Se
genera así una dualidad entre la tradición y la modernidad; el poder militar frente
al conocimiento humanístico de la estética clásica. Un ejemplo notable de noble
que representa este nuevo concepto de aristocracia refinada es Garcilaso de la
Vega, que encarna en su persona las facetas de poeta pero también de destacado
militar; la conjunción perfecta entre la “pluma” y la “espada”. Siendo morador
de su castillo en Batres, mandó acometer reformas renacentistas siguiendo esta
nueva corriente de aire palaciego, cambiando su patio mudéjar por uno
renacentista o cortile, que
representa el elemento estrella de estas reformas ornamentales-palaciegas en
nuestros castillos medievales.
El
ejemplo más representativo de patio italiano lo constituye el del castillo de
La Calahorra, del arquitecto Lorenzo Vázquez, construido entre 1509 y 1512,
obra pionera y culmen del Renacimiento español. Gran importancia también tiene
el castillo de Vélez Blanco (construido alrededor de 1515, el patio fue vendido
a un norteamericano y actualmente se encuentra en el Museo Metropolitan de
Nueva York), además de otros ejemplos como Canena (obra de Vandelvira),
Cuéllar, Coca, Monterrey, Castillo de la Luna en Rota, Sabiote, Las Navas del
Marqués, Béjar, Castronuevo, Jadraque, y un largo etcétera.
Otro
nuevo elemento ornamental fue la galería
porticada al exterior o loggia, siendo la pionera la del castillo
nuevo de Manzanares el Real a finales del siglo XV, obra de Juan Guas, considerada
una prolongación al exterior del patio porticado. Tenemos múltiples ejemplos
muy importantes de loggias renacentistas
en nuestros castillos, con claros ejemplos como Zafra, Canena, Vélez Blanco,
Las Navas del Marqués, Arcos de la Frontera, el mismo Alcázar de Madrid, etc.
Frente
a la carencia de ventanas de los castillos medievales se produce, a finales del
siglo XV, una apertura de grandes vanos de carácter residencial, teniendo
principal relevancia la ventana
cortejadora (como por ejemplo, Garcimuñoz o Belvís de Monroy); grandes miradores renacentistas como
balcones con arcos rebajados o de medio punto (Torre del Caracol de Benavente,
Valderrobres, Piedrabuena, Vélez Blanco, Puebla de Sanabria, etc.); y bellas ventanas de estilo puramente plateresco
español, como las de Villaviciosa de Ávila, Belmonte de Campos, Belalcázar, etc.
Un
elemento principal en este nuevo concepto de castillo-palacio fueron los jardines con elaborada ingeniería de la
fontanería mediante fuentes y surtidores.
Se han conservado pocos ejemplos, si bien tenemos referencias del bello jardín renacentista
junto al Castillo de Berlanga de Duero, o el aprovechamiento del antiguo foso
medieval del castillo de la Alameda en Madrid, convertido en un hermoso jardín
con surtidores y paseos de canto rodado. Muchos patios, igualmente, disponen de
nuevas fuentes ornamentales en el centro, como los ejemplos de Canena o Zafra,
entre otros.
Una
de las mayores transformaciones arquitectónicas que van a sufrir nuestros
castillos son las nuevas estancias
palaciegas y pabellones añadidos al viejo edificio. Ejemplos notables son:
Zuheros en Córdoba, Belalcázar, Oropesa (con la gran cantidad de nuevas construcciones
anejas), o Villarejo de Salvanés en Madrid, en donde se aprovecha el antiguo
recinto amurallado para construir, en su interior, un palacio que sirviera como
residencia de los comendadores de la orden de Santiago.
Ampliación renacentista del castillo de Belalcázar |
Una
de estas nuevas construcciones añadidas son las imponentes torres, como la de la Armería en el castillo de Alba de Tormes, o
la Torre del Caracol, único resto conservado del castillo de Benavente, ambas construidas
en la primera década del siglo XVI.
Además,
el chapitel, elemento introducido
por Carlos V de tradición flamenca, empieza a rematar las antiguas torres
medievales. Tenemos ejemplos claros de la existencia de este elemento en Alba
de Tormes (gracias al dibujo de Wyngaerde), y otros afortunadamente conservados,
tales como Villafranca del Bierzo y las Navas del Marqués. También disponemos
de ejemplos madrileños que sabemos de su existencia, como lo son Villarejo de
Salvanés, o el maltrecho castillo de Fuentidueña de Tajo, que se le denominó
“Castillo de los Piquillos”, precisamente por la incorporación de chapiteles en
sus torres a mediados del siglo XVI.
El
acceso típico en los castillos durante el siglo XV se corresponde a las entradas flanqueadas por dos cubos
circulares. Este sistema se va a seguir empleando a principios del siglo
XVI (todavía aparece en Salses), incluso en el Castillo de Mombeltrán que,
alrededor de 1515 junto con la remodelación de la barrera del castillo, se
construye una nueva entrada adelantada, imitando la anterior del siglo XV.
Posteriormente,
avanzado el siglo, se construirán nuevas entradas con carácter puramente
clásico-italianizante, como lo son las de Las Navas del Marqués, Canena,
Sabiote, Chinchón, o Illueca (que imita los modelos de entrada del palacio
ducal de Urbino en Italia).
Junto
a estos elementos puramente formales y ornamentales, se encuentran los de tipología
militar-castrense, los cuales siguen manteniendo muchos de los elementos
defensivos de tradición medieval, como los matacanes,
que aparecen en la torre de Belmonte de Campos recrecida en 1528, o el castillo
de Mula, cuyos matacanes siguen manteniendo su labor de orificio o hueco donde poder
arrojar piedras desde la altura de la torre.
Hay
que destacar los matacanes del castillo de Belmonte de Campos como claros ejemplos
de tradición puramente greco-latina, del más puro Renacimiento, donde en su
concepción se enmascara el “mútulo” de un entablamento del templo griego.
Detalle de almena y matacanes renacentistas de la torre levantada en 1528 Belmonte de Campos |
Un
elemento que se repite en estos castillos del Primer Renacimiento Español, es
la denominada almena gótico-renacentista,
aparecida en los castillos toledanos de San Silvestre y Maqueda en el siglo XV,
que se continuará empleando en La Calahorra, Vélez Blanco, Almería, etc. Sin embargo,
debido a la evolución pirobalística, el castillo de tradición medieval entrará
en crisis y sufrirá de nuevas adaptaciones para la artillería.
Ejemplo
de ello va a ser la evolución que sufrirá en ocasiones el pretil almenado, convirtiéndose
en pretil abocelado, donde la almenada
desaparece y se incluirán troneras (de cañón o de fusil). Ejemplos
característicos lo constituyen el castillo de Arévalo, Torrelobatón,
Castronuevo o Canena, entre otros.
Sobre
todo, a partir de la Guerra de las Comunidades, se van a incluir gran cantidad
de las llamadas troneras de buzón,
evolución natural de la tronera de orbe bajomedieval, que van a ser modificadas
o sustituidas en muchos casos por éstas. Este va a ser el elemento estrella de
las nuevas reformas en los castillos durante el siglo XVI.
Ejemplos
hay muchísimos, por citar algunos: castillo de Pedraza (que las incluye en su
barrera en la reforma de 1528), el Castillo de Coca (que durante las primeras
décadas del siglo XVI se acometen pequeñas reformas donde se incluye este nuevo
elemento), Puebla de la Almenara, Arévalo, Las Navas del Marqués, Íscar, y un
larguísimo etcétera.
Troneras de buzón tras la reforma de 1528 en el castillo de Pedraza |
Se
van a construir también grandes cubos
artilleros o cubelos, en
ocasiones forrando anteriores construcciones medievales, como el ejemplo del
castillo de Berlanga de Duero, en el cual el arquitecto italiano Benedetto di
Ravena hace una envolvente con grandes cubos circulares en las esquinas. También
se van a empezar a emplear los cubos esquineros
de eje centrífugo (otorgan un mayor ángulo de tiro al sobresalir del
perímetro del castillo), como ocurre en Arévalo o Las Navas del Marqués.
Pretil abocelado, tronera de buzón y cubo esquinero de eje centrífugo del castillo de Arévalo |
Además,
también se van a proteger las entradas con nuevos
bastiones o baluartes, como el que ha aparecido en las excavaciones
defendiendo la entrada del castillo de Arévalo; el baluarte que manda construir
Carlos V en la alcazaba califal de Trujillo; o el que ha aparecido en las
recientes excavaciones en Villarejo de Salvanés en Madrid.
Otro
elemento principal de tradición medieval que se va a seguir empleando para la
defensa de las entradas es el puente
levadizo. Conservamos bellos ejemplos de puentes levadizos renacentistas en
Canena, Mula o Chinchón.
Un
elemento de transición a la fortificación abaluartada es el talud, alambor o escarpa de los muros perimetrales de los castillos.
Muchos castillos construidos alrededor del año 1500 ya van a disponer de esta
nueva inclinación en la base de las falsabragas. Frente a esto, además, tenemos
datos de chapado en piedra de barreras ya existentes hacia una forma de talud,
como la que acomete Lorenzo de Adonce en el castillo de Simancas en 1523; o el chapado
en piedra de un nuevo alambor con galería interior en 1515 en el castillo de
Mombeltrán.
Chapado en piedra de la escarpa del castillo de Mombeltrán alrededor de 1515 |
Por
último, otras nuevas tipologías que se emplearán plenamente en la nueva
construcción de baluartes empezarán a aparecer en estos castillos, como son: la
cornisa o bocel, el cordón magistral o el prototipo de “orejón” del castillo de Sabiote, de
alrededor de 1530, de clara influencia italiana, que derivarán en la nueva
manera de construir fortificaciones en la arquitectura abaluartada de finales
del XVI y, sobre todo, de los siglos XVII y XVIII.
Sara Aparicio Ruiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario