Los castillos en la Guerra de las Comunidades
Rafael Moreno García
8 de marzo de 2016
“Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y
maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por
quienes no te tienen amor”.
Con
este texto extraído de un pasquín que se colgaba en las iglesias en 1520 y que
expresa el descontento popular con el nuevo rey y su Corte, comienza la
conferencia de esta semana de Rafael Moreno García, dedicada al papel
protagonista que jugaron los castillos en la Guerra de las Comunidades.
Las
causas de este enfrentamiento fueron muy complejas. En un primer momento, fue
un levantamiento contra la figura del rey y su política en manos de
extranjeros. Posteriormente, fue evolucionando poco a poco, hasta convertirse
en un movimiento antiseñorial, una lucha entre poderes. Fue una guerra muy
compleja e interesante, muestra de ello es que, aún hoy en día, sigue suscitando
un enconado debate, ya que puede ser analizada desde diferentes puntos de
vista.
Las
ciudades y, con ellas, los castillos, fueron los grandes protagonistas de este
movimiento. En un primer momento, la llama prendió en Toledo y Segovia, para
extenderse luego por Burgos (que luego cambió de bando), Valladolid, Salamanca,
Palencia, etc.
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Pendón de los comuneros de Castilla |
Sin embargo,
a pesar de que el foco principal prendió en la Meseta Central, hubo conatos en otros
muchos lugares: Murcia, Sevilla, Jaén, Osuna, Logroño, etc. Paralelamente, hubo
otros dos conflictos en la Península: las Germanías en el Reino de Valencia (1520-1522),
y la invasión francesa de Navarra (Inicios de 1521).
Pero
volviendo a las comunidades, la primera Junta comunera tuvo su sede inicial en
Ávila, para trasladarse después a Tordesillas, cerca de la reina Juana a la que
quisieron utilizar como figura que legitimara su causa. Tras la pérdida de esta
plaza (3-XII-1520), la Junta se trasladó a Valladolid donde estaría hasta la
derrota de Villalar (23-IV-1521).
Tras
esta batalla, la resistencia comunera continuó en Toledo durante casi un año
más, hasta 1522, encabezada por la esposa de Padilla, María Pacheco, “la leona
de Castilla”, dama de noble cuna hija de Iñigo López de Mendoza, I Marqués de
Mondéjar y II conde de Tendilla.
Los
cabecillas comuneros eran hidalgos, miembros de la pequeña nobleza que se erigieron
como la cabeza visible del descontento popular. En general, los comuneros no
contaron en sus filas con miembros de la gran nobleza si exceptuamos a Pedro
Girón (grande de España) y a la mencionada María Pacheco.
El
líder más destacado fue Juan Padilla, capitán de la milicia de Toledo; junto con
Juan Bravo, hijo del alcaide de Atienza y capitán de la milicia de Segovia y Francisco
Maldonado, quien comandó junto a su primo Pedro la milicia salmantina.
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"Ejecución de los comuneros de Castilla" de Antonio Gisbert |
Otros
cabecillas fueron el obispo de Zamora, Antonio de Acuña, quien poseía una
personalidad llena de matices y muy controvertida; María Pacheco, quien como
hemos anticipado mantuvo la llama comunera en Toledo durante más de seis meses;
y Pedro Girón, Grande de España y Capitán General del ejército comunero, cargo
que ejerció hasta la pérdida de Tordesillas, (cuando le sustituyó Juan Padilla),
tras la cual desapareció de la escena política.
Por
otra parte, los personajes que hicieron frente a los comuneros fueron nombrados
por el rey Carlos I. En un principio, sólo estaba Adriano de Utrech (futuro papa
Adriano VI). Posteriormente, fueron nombrados gobernadores también Íñigo
Fernández de Velasco, Condestable de Castilla; Fadrique Enríquez, Almirante de
Castilla; y Antonio de Zúñiga, prior de Castilla de la Orden de San Juan.
Debido
al papel protagonista que tomaron los castillos en esta contienda, erigiéndose
como el escenario principal donde se desarrollaron las continuas luchas, no es
de extrañar que se haya formulado durante mucho tiempo la pregunta de si fue
esta guerra la primera moderna o la última medieval. En el ámbito político, la
respuesta es complicada ya que existen muchas interpretaciones.
Sin
embargo, desde el prisma bélico-militar de los castillos, si bien la respuesta
también obedece a multitud de puntos de vista, lo cierto es que se puede
afirmar que fue la primera guerra en la que se emplearon técnicas modernas para
expugnar viejos escenarios medievales que no estaban preparados para resistir
estos asedios. De lo que no cabe ninguna duda, es de que fue la última guerra
“de castillos”, ya que en los conflictos posteriores, estos edificios se
erigieron como protagonistas aislados de los hechos, pero en ningún momento ya
como objetivo “masivo” en las operaciones.
Aún
desconocemos el protagonismo que muchos castillos tuvieron, por lo que no
enumeraremos todos los que participaron. Cabe señalar que, tras la guerra,
muchos de los siguientes castillos fueron reconstruidos, si bien su morfología
cambió añadiéndoseles defensas artilleras.
Los
primeros desórdenes comuneros se iniciaron en Toledo en mayo de 1520, expulsando al corregidor del alcázar y
haciéndose con el control de la ciudad. Posteriormente, pasaron a Segovia, donde el 30 de mayo estallaron
revueltas callejeras en las que murieron el corregidor y dos alguaciles.
El
juez Ronquillo acudió a poner orden con un ejército, pero no consiguió entrar
en la ciudad ya que fue derrotado en Zamarramala. Los realistas se encerraron
en la catedral vieja y en el alcázar, dando comienzo así a un largo asedio de
cinco meses tras el cual, los comuneros lograron entrar en la catedral después
de destruir sus muros. Desde entonces, el templo fue utilizado por éstos como
bastión desde el cual asediar el alcázar durante seis meses más, hasta la
pérdida en la batalla de Villalar en abril de 1521.
El
informe de un canónigo nos relata cual era el estado de la catedral vieja al
finalizar la guerra:
“[...]
aportillada por muchas partes, destechada
y desolada, disipada y destruyda. Y los altares derrocados y profanados, los
crucifixos e ymagenes de Nuestra Señora y de otros santos descaveçados, braços
y piernas hechos pedaços. Los órganos grandes y los otros dos pares que estavan
sobre el coro, quebrados y agujereados de escopetadas y otros tiros. Las sillas
del coro trastornadas y evertidas de sus lugares, y muchas dellas quemadas, y
otras quebradas puestas por defensas y albarradas. Y hecho dentro y alrededor
cavas, fosados, minas y contraminas, y por quitar las losas y laudes de la
yglesia para hazer varreras y defensas, los huesos de los finados sacados y
desenterrados, y hechas otras cosas semejantes. Las rejas de las capillas de la
yglesia quytadas y puestas en las puertas y postigos cabe el Alcáçar para más
los fortificar, quemada la casa del ospital y la del ospitalero, que estavan
junto a la yglesia, donde se albergavan y acogían los pobres y hijos de Dios.
Quemado y destruydo el refectorio... derrocada toda la librería o lo que della
estava hecho de nuevo en sillería y cantería.”
Aún
así, no parece que el estado de destrucción fuera tan grave como para no poder
reconstruirla, pero la experiencia había demostrado que tener un edificio de
esta entidad junto a la mayor fortaleza de la ciudad era un auténtico peligro
para la misma, por lo que se decidió destruir la catedral del todo y construir
una nueva en un lugar alejado del alcázar.
La
catedral nueva conserva muchos recuerdos de la catedral vieja, pero sin duda,
el más sobresaliente es el magnífico claustro construido por Juan Guas a
finales del siglo XV y que, en 1524, fue desmontado, trasladado y vuelto a
montar en su nuevo emplazamiento.
El
siguiente escenario, el 21 de agosto de 1520, fue Medina del Campo, a donde se dirigió el ejército realista al mando
de Ronquillo y Fonseca a recoger la artillería existente en el castillo de La
Mota. Pero se encontraron con una inesperada resistencia comunera formada por
los habitantes de Medina, que defendían el castillo impidiendo la entrada de
los imperiales.
En
respuesta, éstos mandaron quemar sus casas para que acudieran a sofocar el
fuego, pero los medinenses siguieron defendiendo el castillo hasta la llegada
de Padilla el 24 de agosto, que provocó la huida de Ronquillo y Fonseca. Este
incendio se convirtió en un símbolo de la resistencia contra los imperiales y
ganó causas a favor del movimiento comunero. La carta del Concejo de Segovia al
de Medina fechada el 17 de agosto de 1520 narra así este episodio:
“Los mercaderes de esta ciudad que están
allá en la feria nos han escrito que estáis en duda si daréis o no la
artillería. No la daréis. Porque muy injusto sería que Segovia envíe sus paños
para enriquecer las ferias de Medina y Medina envíe su munición y artillería
para destruir los muros de Segovia; y de la destrucción de Segovia ved qué
puede ganar Medina. Porque vuestras ferias no se hacen de caballeros tiranos,
sino de mercaderes solícitos”.
Otro
episodio bélico tuvo lugar el 14 de septiembre en la localidad de Villamuriel de Cerrato. Los palentinos
se alzaron contra el señorío episcopal, que detentaba entonces el obispo Don
Pedro Ruiz de la Mota, y marcharon a Villamuriel, localidad cerna a Palencia donde
éste tenía su palacio-fortaleza junto a la iglesia de Santa María la Mayor.
Allí, quemaron el palacio, derribaron la torre y talaron el soto (que también
era propiedad episcopal). Además, depusieron a los regidores que había nombrado
el obispo y designaron unos ellos mismos.
El
llamado Arcediano del Alcor, Alonso Fernández de Madrid, contemporáneo de los
hechos, nos relata este episodio en su conocida obra “Silva Palentina”:
“Hicieron así mesmo [los comuneros de
Palencia] otra novedad, que como el
obispo siempre hace los regidores en principios de marzo, y según habemos dicho
duran por un año, agora el pueblo en agosto quitó los regidores puestos por el
obispo, y hizo otros por su propia autoridad, los quales gobernaron todo el
tiempo que duraron las alteraciones. Así mesmo, juntándose un día todo el
pueblo a campaña tañida, inducidos por algunos hombres revoltosos y amigos de
escándalo, fueron con mano armada a Villamuriel, que es la casa y fortaleza del
obispo, donde había muy buenos aposentamientos, y la quemaron toda, derribaron
la mayor parte de la torre, y esto fue a 15 de setiembre de 520; después
talaron y destrozaron la mayor parte del soto del obispo.”
Otro
episodio, según Cooper el más grande, fue el de Alaejos, acaecido en diciembre de 1520. Los comuneros de Medina
asaltaron este pueblo, que pertenecía al arzobispo Fonseca, saqueándolo y
causando grandes estragos en la población. Sin embargo, el castillo estaba bien
pertrechado y defendido por el alcaide realista Gonzalo de Vela, por lo que
pudo resistir un asedio de cuatro meses, tras los cuales los comuneros tuvieron
que retirarse sin haber podido tomarlo. Ahora es una ruina arqueológica.
Otro
episodio fue la pérdida de Tordesillas
el 3 de diciembre de 1520 por Pedro Girón, lo que provocó que dejase el mando
de las tropas comuneras. Tordesillas había quedado desguarnecida por el
ejército comunero, que se había ido a tomar Villalpando, señorío del
Condestable Íñigo Fernández de Velasco, que se rindió sin ofrecer resistencia,
si bien el castillo fue incendiado (se reconstruyó tras la guerra). Este
momento, fue aprovechado por los imperiales y, al anochecer, Tordesillas fue
tomada y sometida al saqueo. Con ello, los comuneros perdieron un símbolo. Sandoval
ha dejado testimonio del saqueo que sufrió la ciudad:
“Y los soldados entendieron en saquear
el lugar sin herir ni matar a nadie, porque así les fue mandado. Robaron casas,
iglesias y monasterios, que no perdonaron cosa hasta las estacas de las
paredes. Que fue castigo merecido de los de la villa, que por guardar sus
haciendas no pelearon como debían, que no les quedó en que dormir”.
La
toma del castillo de Fuentes de
Valdepero fue el 7 de enero de 1521. La fortaleza estaba defendida por Andrés
de Ribera, señor de Fuentes, junto con su suegro el Dr. Nicolás Tello (miembro
del Consejo Real de Carlos I), los cuales ofrecieron una resistencia heroica
contra las tropas de Pedro de Acuña. El pueblo estaba dividido entre combatientes
de uno y otro bando. Finalmente, ganaron los comuneros y se firmó una
capitulación, en virtud de la cual, el pueblo no podía ser sometido al saqueo.
Pero Acuña no la cumplió y realizó uno de los saqueos más grandes de la guerra,
llevándose presos a ambos personajes, robando todo lo que contenía tanto el
castillo como el pueblo. Tras la guerra, el castillo fue reconstruido en
gran parte.
El
presbítero Maldonado (1485-1554) contemporáneo de los hechos nos ha dejado el
siguiente relato:
“Entre tanto tuvo Acuña el encargo de
difundir el terror por las villas de los nobles, y sacar dinero y soldados.
Primeramente llegó con una pequeña columna a Palencia, ciudad amiga, [...] No había llevado consigo más que 200
infantes y poquísimos caballos, y sin embargo aterraba a todos los pueblos del
partido contrario, les sacaba por fuerza dinero, y daba gran prestigio a los
amigos. Hay en la villa de Fuentes cerca de Palencia, un castillo rodeado de
largos muros de piedra de sillería, y perfectamente pertrechado, en que estaba
entonces oculto con su esposa e hijos Tello, uno de los consejeros reales,
seguro, según se creía, de cualquier repentino asalto; mas esto hubiera sido
bueno no siendo Acuña el enemigo. Al amanecer acometió dicho castillo, y no
dejó de combatirlo, hallándose él mismo entre los primeros insultando junto a
las puertas, ya con la tea, ya con el hacha, hasta que arrancados los quiciales
e incendiadas las puertas lo tomó. Ató a Tello con sus satélites y familia, y
los mandó a Valladolid a la Junta; repartió entre los soldados la presa que se
creyó de gran cuantía.”
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Castillo de Fuentes de Valdepero |
El
siguiente episodio fue en Trigueros del
Valle, el 9 de enero de 1521, el mes en que más castillos se tomaron. Los
vecinos, junto con Acuña, asaltaron y tomaron el castillo en apenas unas horas.
Una vez finalizada la revuelta, fueron obligados a reponer todos los daños
ocasionados. La barrera fue rehecha adaptándose ya al uso de la artillería.
El siguiente
enclave de la lucha fue el castillo de Chinchón,
propiedad de los Cabrera, por lo que estaba del lado del poder real. Fue asediado
durante cuatro meses y al final tuvo que capitular el 21 de enero. El asedio lo
dirigió un vecino de Chinchón, Alonso López, y el castillo fue defendido por el
alcaide Francisco Díaz, quien llamó a su señor, pero éste no apareció, por lo
que finalmente tuvo que rendirlo. En las capitulaciones se hizo un inventario
con las piezas de artillería con las que, posteriormente, se asedio el alcázar
de Segovia.
Otro
de los castillos de los Cabrera fue el de Villavicosa
de Odón, que también sufrió los estragos de la guerra. No se conocen muchos
datos, pero se sabe que fue sometido a un largo asedio dirigido por los
capitanes Diego de Heredia y Antonio de Mesa y que, finalmente, capituló
(1521). Parece ser que sufrió muchos destrozos, pero no tantos como para ser demolido.
El actual es una reconstrucción muy posterior.
Fuera
de Madrid, el 10 de enero de 1521, Acuña y su ejército comunero, tras haber tomado
Trigueros el día anterior, se dirigieron a Castromocho,
donde se encontraba la condesa de Benavente, quién le entregó la población sin
ofrecer resistencia pues, a pesar de contar con un sólido castillo para su
defensa, estaba pobremente guarnecido. Hoy en día no quedan restos del mismo.
Cerca
de allí, el 15 de enero de ese mismo año, en la localidad palentina de Ampudia (perteneciente al comunero conde
de Salvatierra) los vecinos increparon desde las murallas a las tropas
realistas que estaban al mando de Frances de Beaumont y de Pedro Zapata. Éstos,
ante la ofensa, decidieron asaltar el pueblo, que les fue entregado por los
ampudianos, junto con el castillo, poco tiempo después.
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Castillo de Ampudia |
Sin
embargo, este suceso llegó a oídos de Padilla, quien salió esa misma noche desde
Valladolid con un numeroso ejército y artillería, uniéndose con Acuña en
Trigueros. El 17 de enero estaban ya en el castillo de Ampudia y comenzaron su
asedio. Ante esto, Frances de Beaumont dejó una guarnición en el mismo y huyó a
Torremormojón, que previamente había
tomado Zapata.
Ante
esto, Padilla y su ejército decidieron perseguirle y asediar también el
castillo de esta localidad. Entonces, Beaumont y Zapata decidieron repetir el
plan: dejaron otra guarnición en Torremormojón y huyeron de nuevo, esta vez a Torrelobatón.
Esa misma noche, los comuneros rindieron el castillo de Torremormojón y regresaron
a Ampudia, donde continuaban los combates en el castillo. Tras cuatro días, los
defensores finalmente capitularon y firmaron un pacto con Padilla, en virtud
del cual les permitía salir con sus armas y caballos.
Padilla,
victorioso, quiso llegar a Medina de Rioseco, cuartel general del Almirante de
Castilla, pero la Junta se negó y no le envió pólvora, por lo que al final tuvo
que abortar el plan. Más tarde, el 7 de febrero, fue asediado y destruido el
castillo de Cigales, para evitar que
cayera en manos realistas. Posteriormente, también fueron tomados los castillos
de Fuensaldaña, Mucientes y Castromonte.
Sin embargo,
la mayor conquista comunera en la guerra fue Torrelobatón. Era propiedad del Almirante de Castilla, Fadrique
Enríquez, por lo que Padilla quería vengarse tomándolo. De modo que el 21 de
febrero salieron de madrugada 7.000 infantes, 500 caballos y toda la artillería
desde Zaratán hacia Torrelobatón, cuyo castillo defendía García Osorio.
Saquearon
la ciudad y, tras ocho días, el castillo cayó en manos comuneras. Así nos lo relata
el cronista Sandoval:
“Y el sábado adelante [...], le enviaron al pie de 3.000 infantes y 400
caballos con los de los Gelves que habían quedado en la villa [...] Luego el domingo siguiente les dieron tan
recia batería con cuatro tiros que se decían San Francisco, la serpentina, la
culebrina y un cañón pedrero, sin otros muchos pasavolantes y otros tiros. Y en
el domingo, lunes y martes los batieron sin cesar. Y este martes en la tarde
les dieron un duro combate, donde murieron de ambas partes y hubo muchos
heridos, que no asomaba el hombre por la muralla, cuando luego era enclavado,
por ser tantos los arcabuceros y ballesteros que en el real había.
Pero los de dentro no se dormían,
defendiéndose varonilmente; más como eran pocos, que no pasaban de 400 soldados
y alguna gente de a caballo, no bastaban a defenderse, y el trabajo continuo y
no dormir, y falta de bastimentos, los tenía muy fatigados [...] El saco se hizo con la mayor crueldad del
mundo. Mataban sin piedad los pobres labradores porque no les daban sus
haciendas, robaron los templos, desnudando las imágenes, abrían las sepulturas,
pensando hallar en ellas el dinero escondido; rompían las cubas de vino”.
Sin embargo, tras la victoria, Padilla no supo
aprovechar el éxito y se quedó en Torrelobatón. Esta inactividad fue aprovechada
por los imperiales quienes, al mando del Condestable de Castilla, Íñigo
Fernández de Velasco, marcharon hacia el municipio. Padilla reaccionó tarde ante
este movimiento y decidió apresuradamente retirarse a Toro antes de que
llegaran.
Hay
una carta dirigida al marqués de los Vélez, fechada en Valladolid el 28 de
abril de 1521, que nos narra la expedición punitiva emprendida por el
Condestable para ir a Torrelobatón en persecución de Padilla:
“El Condestable salió de Burgos en 8 de
este mes [abril, 1521] con
ejército de cuatro mil infantes de nación Navarra y Vizcaya y Guipúzcoa y
cuatrocientas lanzas y cuatro tiros gruesos y veinte pequeños y pertrecho de
escalas y otras cosas necesarias al caso, y vino por la vía de Torquemada donde
aunque estaba con Comunidad, no entró porque se reconcilió con dinero. Y pasó a
Becerril que es cabeza de todas las behetrías que allí alrededor hay, que está
dos leguas de Palencia, a donde se entró por poco trabajo, lo uno por ser el
lugar no fuerte, y lo otro que no había gente de guerra dentro sino don Juan de
Figueroa hermano del duque de Arcos, que estaba de capitán por toda aquella
comarca con Palencia en nombre de la Junta, el cual se había ido acaso aquella
noche antes de Palencia con hasta ochenta lanzas a negociar no sé que cosas.
Fue preso con el otro capitán de hombres de armas que se llama don Juan de Luna
y los escuderos, despojados hasta de la camisa, y el lugar saqueado y hecha
justicia de algunos causantes del negocio de Comunidad. Y hecho lo de allí de
la manera que digo pasó adelante sin detenerse y fue a poner recaudo en una
aldea de esta villa que se llama Peñaflor a media legua de la torre de Lobatón
donde estaba Juan de Padilla con el ejército de las Comunidades, que serían
hasta seis mil infantes y cuatrocientas lanzas. Allí estuvieron el de un
ejército y el otro más de siete u ocho días que hubo entre ellos, cosa que se
diga y a cabo de estos días Juan de Padilla acordó de arrancar de allí porque
le parecía que tenía harta para campear, o porque no tenía el necesario
bastimiento para comer dentro. En conclusión que derrocada la fortaleza de
Torre y el adarve de la villa y quemado lo demás, él salió para ir la vía de
Tordesillas, para ir aquella noche a dormir a un lugar que se llama Villalar”.
Desgraciadamente,
su partida no fue sigilosa y los realistas lo persiguieron. El mal tiempo, la
falta de caballería y la división del ejército comunero propiciaron su captura en
Villalar el 23 de abril. A los comuneros no les dio tiempo a maniobrar y fue
una masacre que se saldó con la muerte de los famosos tres cabecillas: Padilla,
Bravo y Maldonado el 24 de abril de 1521. Sandoval relata así la batalla:
“Hasta cerca de Villalar los comuneros
marcharon con orden; en los caballeros hubo diversos pareceres sobre darles la
batalla, que los más eran en que bastaba hacerlos huir y perder crédito; que er
cordura no arriscar negocio tan importante a la ventura de una batalla. Que la
infantería de los comuneros era mucha y parecía bien, y la que el condestable
había traído era poca y cansada y quedaba rezagada. Pero el marqués de Astorga
y el conde de Alba y don Diego de Toledo, prior de San Juan, insistieron en que
se rompiese. Así los fueron esperando, y como eran tantos los caballos y encubertados,
y la gente de Padilla mal regida y de poco ánimo, y los capitanes no muy
diestros, y el lodo a la rodilla, que a los tristes peones no dejaba bien
caminar, viéndose acometidos por tantas partes y con tanto denuedo, comenzó a
desmayar la gente común [...]
De esta manera siguieron su camino hacia Villalar, y los caballeros tras ellos
procurando de los cansar, y como estuviesen ya cerca los unos de los otros, los
caballeros comenzaron a disparar la artillería y daban en ellos a montón, de
manera que cada tiro caían siete u ocho.
Luego comenzó a desmayar la gente común,
y por ir adelante a meterse en el lugar caían unos sobre otros, sin que los
capitanes los pudiesen poner en orden. Y sobrevínoles una agua grande que les
daba de cara, y la infantería no podía dar paso atrás ni adelante, empantanados
de los muchos lodos; ni se aprovecharon de la artillería por el mal tiempo, y
porque los artilleros no fueron fieles; y el artillero mayor, que se llamaba
Saldaña, natural de Toledo, que sabía poco de este oficio, huyó lo que pudo, y
dejó la artillería metida en unos barbechos. [...] Finalmente los caballeros se apoderaron de
ella, y algunos hombres de armas de los de Padilla se pasaron a ellos. Y los
soldados rompían las cruces coloradas que traían y se las ponían blancas que
eran la señal de los leales. De esta manera, en breve tiempo fueron
desbaratados y vencidos”.
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Monolito en honor a los comuneros e Iglesia de San Juan Bautista |
El castillo
de Villalonso, sirvió como refugio para los comuneros que huían de Villalar. Su
señor, Juan de Ulloa, luchó contra Carlos I y, por ello, fue condenado a
muerte. Finalmente, pudo conmutar la pena pagando una elevada suma de dinero.
Tras
Villalar, Toledo resistió al mando
de María Pacheco, “la leona de Castilla”. Su enemigo fue el Prior de la Orden
de San Juan, el cual asedia el alcázar donde estaba encerrada María. La artillería
de Yepes (importante plaza fuerte comunera atacada y devastada varias veces por
las tropas imperiales) fue trasladada para defender el alcázar toledano.
El
23 de abril, en Mora de Toledo, el Prior
de la Orden de San Juan incendió la iglesia donde estaban escondidos los
comuneros morachos, causando un grave revés al bando comunero. Por ello, en
venganza por estos sucesos de Mora, Acuña salió de Toledo saqueando Villaseca y Villaluenga. Allí, Don Juan de Silva, recién nombrado Capitán
General del Reino de Toledo, se encerró en el castillo, que fue fuertemente
combatido por los comuneros sin que finalmente llegaran a tomarlo.
Finalmente,
Simancas, uno de los principales bastiones leal a los imperiales durante toda
la contienda, fue la última prisión de Acuña, el obispo que marcó el final de
la lucha comunera. En conclusión, a pesar de todo lo descrito, queda pendiente por
escribir la historia de los castillos en la Guerra de las Comunidades, ya que
desconocemos más de lo que sabemos, en muchos casos solo tenemos un dato, un
nombre o una fecha sin que, por el momento, podamos profundizar más en los
pormenores de este gran episodio bélico.
Sara Aparicio Ruiz